SERGIO VESGA DÁVILA | El Nuevo Siglo
Sábado, 29 de Marzo de 2014

Diálogos de La Habana

 

Desperté  antes de escribir esta nota de un sueño en el que nos encontrábamos en algún balcón de Bogotá en una reunión, con vista a Monserrate y estaba el Primer Mandatario. Se empezaron a ver luces navideñas y el alborozo de la noticia de que se había firmado la paz. Todos con copas en la mano menos yo, la que extendí a Juan Manuel Santos y le dije: ¡Presidente usted lo logró. Se lo agradezco por mi familia, amigos y por toda Colombia, que viva la Patria…¡ Y añadí: No hay que olvidar a las víctimas del conflicto, el respeto a su memoria histórica, es la válvula de escape, que canaliza ese dolor del absurdo derramamiento de sangre entre colombianos.

Fui escéptico de las negociaciones, pues como estudiante hasta el inicio de la década de los 80, conocimos la filosofía de la izquierda de: “Utilizando todas las formas de lucha venceremos”. La sensación de negociaciones de paz dentro del conflicto, con ataques de la guerrilla, deja un sabor amargo: El acíbar en los labios que cantara el maestro Jorge Villamil, por volver a revivir viejos amores, de cenizas apagadas por el llanto que regresan para no dejar nada; la incredulidad de una paz lejana y rogada a expensas del sufrimiento nacional y el bolsillo de los contribuyentes, que somos todos, ha maltratado la esperanza. Como Juez Especializado los últimos 7 años en Ibagué Tolima, conozco de primera mano las profundas raíces del conflicto: desempleo, pobreza absoluta, falta de oportunidades y sobre todo la ignorancia, que se nutre de los sueños de campesinos, estudiantes, profesionales propios de la edad, quienes no viendo otra opción que la vía armada, ganan beneficios inmediatos como uniforme, enriquecimiento fácil, estatus y el sostenimiento que brindan las organizaciones paramilitares y guerrilleras, cuya financiación es el narcotráfico, secuestro, extorsión y otros delitos atroces retratados en la legislación penal. Los soldados quienes ponen su grano de arena en el conflicto, terminan judicializados o con la “guaca”, en el hospital o el cementerio. El Libertador le decía a un contertulio reflexionando sobre su sueño Grancolombiano: “Los tres Quijotes de la historia somos Jesucristo, el Quijote y yo”. Si se logra concertar el proceso de paz hay que dar la batalla con la educación. Las clases de cívica y ética en la educación básica, media y superior deben ser derroteros en una política de recuperación del país, para en las generaciones venideras contrarrestar con formación, el respeto a los demás y la tolerancia, contra el flagelo de la violencia. Por eso hay que apostarle de nuevo al presidente Santos, él es la luz en el túnel para conseguir este anhelo de los colombianos. Martin Luther King les dijo a sus hermanos negros en 1963 en Washington: “Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño ‘americano’. Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales". Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad. Sueño que un día, incluso Misisipi, un Estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia”. ¡Señor Presidente realice este sueño para Colombia: Perdón pero nunca olvido!