Los próximos 28 de octubre, 19 de noviembre y 3 de diciembre serán días sin IVA. Vale la pena preguntarnos: ¿se justifican estos días en los que no se cobrará el impuesto al valor agregado en el comercio al detal? Mi respuesta es definitivamente negativa, por las siguientes razones:
En primer lugar, porque el comercio ya está creciendo muy bien y no necesita de esta costosa inyección de adrenalina tributaria. Según el DANE durante los primeros 8 meses de este año las ventas del comercio crecieron un notable 21,1% con relación al año anterior. La recuperación de la economía es evidente y el sector comercio es el mejor ejemplo de ello.
En segundo lugar, porque como lo demostraron los anteriores experimentos de días sin IVA, las mayores ventas se concentran en electrodomésticos, computadores y equipos electrónicos. Productos de alto valor unitario a los que tienen acceso más que todo personas pudientes. Aunque en esta ocasión se va a permitir que en el día sin IVA las compras se puedan pagar no solo con medios electrónicos sino en efectivo (tratando así de vincular a la verbena sin IVA a las personas menos ricas), es evidente que los grandes beneficiados serán los contribuyentes con alta o mediana capacidad de pago. Que ciertamente no representan la mayoría de los colombianos que se debaten en una aguda crisis de pobreza y desempleo. Y, por supuesto, las otras beneficiadas serán las grandes cadenas de tiendas comerciales.
En tercer lugar, porque siendo lo anterior cierto es obvio que la mayoría de los artículos que se venderán durante los días sin IVA serán productos importados por las grandes cadenas comerciales. Los días sin IVA le darán un apoyo muy marginal a la producción nacional.
En cuarto lugar, a esta figura de los días sin IVA -que es copiada de las promociones similares que se hacen en Estados Unidos- se le reprocha también que en buena parte no hace más que anticipar consumos que de todas maneras iban a hacerse. Con lo cual, en balance, no se estimula el gasto agregado de la economía, sino que los consumidores simplemente acomodan las fechas de sus compras a los días sin IVA. Si yo necesito, por ejemplo, adquirir un computador o una televisión - que de todas maneras tenía la intención de comprar- simplemente me reservo para el día sin IVA. Pero la aguja de la demanda agregada en términos anuales sigue igual.
En quinto lugar, el costo fiscal de esta medida es gigantesco. Fenalco estima que durante los días sin IVA habrá ventas por 18 billones de pesos. Esto significa que si todas las ventas tuvieran un IVA del 19% (no todas tienen esta tarifa por supuesto), el costo fiscal de estos días sin IVA estaría cercano a los 3,4 billones que son los recaudos a los que renuncia el gobierno.
En sexto lugar, si de lo que se trata de ayudar es a quien paga IVA perteneciendo a los estratos más necesitados de la población, no hay que olvidar que ya está en aplicación el mecanismo por el cual se devuelve una especie de “IVA presunto” a los consumidores pertenecientes a los estratos 1, 2 y 3.
Y, por último, la figura de los días sin IVA es una grieta más que se abre al averiado recaudo del impuesto al valor agregado en Colombia, cuya base apenas cubre el 50% de los bienes y servicios que se producen en el país. De allí el bajo recaudo que exhibe este tributo que es uno de los más bajos de la región, y el pasmoso nivel de evasión que registra (40%).
El día sin IVA es, pues, uno más de los embelecos tributarios que nos hemos inventado en Colombia. Que ni redistribuye ingresos hacia los más necesitados, ni estimula de manera significativa nuevos consumos, ni en este momento lo necesita el comercio. Y todo esto con un costo fiscal inmenso: se pierden ingresos equivalentes a una quinta parte de todo lo que en el mejor de los casos recaudará la última reforma tributaria.