Cuando se desata un incendio y después otro y otro más y en el horizonte se ven brotar llamas por todas partes, es evidente que un pirómano anda en las vecindades. El primero puede ser un accidente. Hasta un pedazo de vidrio causa una conflagración de vastas proporciones.
Un incendio, un accidente.
Si estalla otro de similares características, también es posible que se trate de una causa accidental.
Otro accidente, otro incendio.
Pero si las conflagraciones se repiten no es lógico presumir que son casualidades, originadas por el vidrio de la botella o la imprudencia de unas familias inocentes que salen de picnic. Ya es inevitable pensar en el pirómamo. Con mayor razón si varios rondan por la zona y, con muchísima más si anuncian que son incendiarios y que le prenderán candela a cuanto encuentren a su paso.
Eso, precisamente, está sucediendo en nuestra América. En Colombia abundan las manifestaciones “pacíficas” que terminan con desmanes de encapuchados que rompen vitrinas, incendian buses y atacan a la policía.
Lo mismo ocurre en el vecindario americano. En Brasil aparecieron las marchas. En Ecuador tuvieron que trasladar la sede del Gobierno a Guayaquil. Argentina entra en efervescencia. Y ahora Chile. Los pretextos pueden diferir según el catálogo de necesidades más sentidas en cada país, pero las escenas son las mismas.
El gobierno venezolano jamás ha ocultado sus propósitos de difundir su Socialismo del Siglo Veintiuno, lo cual significa que potencias extracontinentales, como Rusia y China, establecerán enclaves antinorteamericanos en lo que alguna vez se consideró zona de influencia exclusiva de los Estados Unidos.
Los objetivos que no se completaron con Cuba, continúan siendo los mismos. Buscados por caminos diferentes, pero los mismos.
En una democracia, los ciudadanos fijan las grandes líneas de su dirección y comportamiento y escogen a quienes deben dirigirlos.
Como el camino electoral no favorece al nuevo socialismo, atacan la validez de las elecciones o “arreglan” los resultados y la moral de los elegidos. Es el recurso perverso: “si no hay argumentos para convencer, ataquen personalmente a quienes defienden las tesis contrarias”.
Desacreditado el eje de la democracia, la estructura completa tambalea. A ello contribuyen errores graves de quienes socavan la validez de la decisión popular, como sucedió en Colombia con el plebiscito sobre los acuerdos de La Habana. La mayoría dijo un rotundo NO pero se procedió como si hubiera ganado el Sí.
El latrocinio de dineros públicos en una universidad se usa como motivo para sacar estudiantes a la calle. El culpable pagará por su delito, pero los disturbios hábilmente provocados se presentan como ejemplo de incapacidad del gobierno. Lo acusan a la vez de débil y brutal, aunque la fuerza pública aparezca arrinconada bajo protectores plásticos mientras le llueven pedradas y papas explosivas. Mensaje: por la vía del desorden se puede llegar al poder.
No es nada complicado. Basta infiltrar unos agitadores entre los desplazados por la escasez venezolana. .
Son golpes directos al corazón de la democracia, a los cuales hay que agregar la crisis en la justicia y el descrédito de Congreso, Asambleas y Concejos, fomentado desde adentro por la conducta de holgazanes y peculadores.
¿Qué hacer ante semejante situación? ¿Insistimos en no verla o buscamos al pirómano? ¿Y qué hacer cuando lo encontremos?