Cartas claras
“No puede haber dádivas políticas a criminales de guerra”
En un reciente comunicado oficial, las Farc calificaron de ingenua y cínica la posibilidad de firmar la paz a cambio de que algunos de sus líderes terminaran ocupando curules en el Congreso o “paseándose” por puestos como el de Ministro de Trabajo o Ministro de Salud y, como si fuera poco, sostuvieron que la posibilidad de ir a la cárcel al culminar las negociaciones era inconcebible.
Más allá de que esta declaración sea una manera de ejercer presión sobre el Gobierno y obtener beneficios políticos aún mayores que “dos o tres puestos en el Congreso”, es sumamente preocupante que, de una u otra forma, se estén contemplando semejantes alternativas en la negociación con la guerrilla.
En cualquier caso, vale recordar que esos mismos líderes guerrilleros, sentados hoy en la mesa de diálogo, fueron los máximos promotores de prácticas tan dañinas como el secuestro de civiles y que, según el Estatuto de Roma, aprobado mediante la Ley 742 de 2002, esos plagios son crímenes de guerra e incluso puede llegar a catalogarse como crimen de lesa humanidad.
En ese sentido, si bien el Estatuto no es un impedimento para que haya negociaciones, sí es una saludable barrera contra la alternativa de que crímenes tan graves queden reducidos al olvido.
Así pues, inmerso en un proceso de negociación, el Gobierno tiene dos opciones: optar por la lógica perversa del perdón, el olvido y (aún peor) el ofrecimiento de premios políticos como incentivos para que los insurgentes entreguen las armas, o ser verdaderamente firme, siguiendo en todo momento los parámetros de un proceso de justicia transicional responsable con las víctimas y con la normatividad internacional.
Es hora de que el presidente Santos y sus delegados pongan las cartas claras sobre la mesa y, de cara al pueblo colombiano, reconozcan que, al culminar los diálogos, los cabecillas de las Farc no pueden aspirar sino a recibir una pena ejemplarizante por sus crímenes. De lo contrario, se estaría incurriendo en un silencio sumiso y mediocre que abre las puertas a la impunidad.
Si de verdad se aspira a una paz duradera, responsable y honrosa es necesario establecer límites inviolables dentro de los cuales no haya espacio para dádivas políticas destinadas a criminales de guerra.
De lo contrario, se firmaría la paz, sí … pero una paz completamente indecorosa y falsa.
* Estudiante de Derecho en la Universidad de Los Andes.