Del odio nace la peor siembra de abecedarios, ya que todo se fundamenta en el desprecio existencial y en la dominación de los lenguajes del pánico, lo que acrecienta el espíritu destructor y disminuye la tolerancia. Ciertamente, hemos entrado en una decadencia moral y en una degradación ambiental, que nos tritura nuestras propias moradas interiores. Necesitamos oírnos, escucharnos más y mejor, para abordar nuestra continuidad en convivencia. Hay que dejar el miedo a un lado para activar la cultura del diálogo como andar, el espíritu cooperante como conducta, la unidad en todo y no las divisiones como método y criterio, con vistas a confirmar la importancia de entenderse para desestabilizar al desleal. No olvidemos que la lealtad y la rectitud llevan consigo un pulso tranquilo y un latir armónico. Algo capital para salir de este aluvión de retrocesos y caídas.
Por otra parte, también se constata una pérdida de conciencia en todas las culturas, con el consabido deterioro de la ética, que nos debilita y desorienta por completo el sentido de responsabilidad y la capacidad de discernimiento. Sea como fuere, tenemos que despertar con urgencia. Cruzarse de brazos no es la solución. Necesitamos salir de esta sensación frustrante de soledad y de consternación, que nos ahorca las ilusiones más sublimes, asfixiándonos como sociedad inhumana y deshumanizante. En consecuencia, de nada sirve que impulsemos la promoción y protección de los derechos humanos y el estado social, en una situación dominada por el engaño y controlada por intereses económicos; puesto que lo que se va a generar es una humanidad desdichada, que no se soporta ni a sí misma.
Indudablemente, estas desgracias que nos asolan son fruto de esa desviación mundana que nos deja sin principios ni valores, dominados por el pensamiento materialista del tanto tienes, tanto vales, cimentado en la ley del poseer y no en la posesión para donarla y repartirla, entre el Norte y el Sur o el Este y el Oeste. No hay otro modo de hacerlo, para alcanzar la quietud y universalizarla, hemos de desvivirnos por vivir en ese símbolo del abrazo permanente. De este modo, podremos reconstruir vidas y sanar heridas, reconducir situaciones que nos envilecen, saliendo de esta guerra psicológica que nos impide hacer familia y sentirnos hogar. Es innegable, que la diversidad biológica está desapareciendo a una velocidad mil veces mayor que la natural, debido en parte a la pérdida de ese sentido natural y al repudio entre moradores que tampoco se aguantan entre ellos, entrando en un ocaso de seres intolerantes.
En efecto, vivimos en una era de rechazos miserables, de desorden y subversión sin límites, lo que nos impide poseer la energía suficiente para hacer efectivos los fundamentos de relación que deben aplicarse, para encauzar un movimiento innovador de resurgimiento. Será bueno, por tanto, que hablen las gentes de corazón. Ellas son las que tienen una visión esperanzadora, un rostro radiante de auténtico amor, ante el cual todo germina sin discordia, porque todo va más allá de lo remunerativo y lo provechoso.
De hecho, la persona que no responde a los cánones del bienestar físico, mental y social, corre el riesgo de ser destronado, en vez de ser acogido e integrado. Al fin y al cabo, un mundo más fraterno, requiere de una sociedad más decente. Comiencen por ponerlo en práctica los líderes, tendiendo puentes, haciendo las cosas correctas y deshaciendo las incorrectas. El pueblo ha de sentirlos ejemplarizantes, no corruptos. Mirada al frente, pues, y levantamiento de buen decir y mejor obrar. Coherencia, entonces.