Los grandes y poderosos medios aliados del partido Demócrata han hecho muy bien su tarea al lograr que muchos asocien el nombre del actual Presidente de Estados Unidos con la idea de caos o de fracaso.
Sin embargo, Donald Trump a pesar de los obstáculos, sigue fiel a la agenda presentada en su sorprendente campaña.
En días pasados hizo realidad una de sus promesas, en este caso sobre las relaciones con Cuba, se enfocó en la rectificación de los acuerdos firmados entre su antecesor Barak Obama y el dictador Raúl Castro.
Acuerdos, que desde el mismo día en que se anunciaron fueron criticados como excesivamente generosos con un régimen dictatorial y represivo que no lo merecía.
Todos sabemos que el modo de gobierno instaurado por Fidel Castro y continuado por su hermano, aplastó con mano de hierro los derechos civiles de su pueblo y condujo a la postración y la pobreza a la población entera.
Nadie se explica cómo Obama, que venía precedido, aun antes de ser elegido, por la fama de ser un sólido defensor de la democracia y de las libertades individuales, otorgara tantos beneficios a los sanguinarios tiranos del caribe, sin proponer condición alguna encaminada a la apertura democrática y a las libertades civiles.
Ni siquiera propuso la liberación de los miles de presos políticos que desde hace décadas están confinados en las peores condiciones de cautiverio imaginables sin tener siquiera oportunidad de defenderse en juicios justos, en cárceles indignas, padeciendo vejámenes y horrores solo comparables con los descritos por Dante en la Divina Comedia.
En efecto, el mundo esperaba mayores exigencias; todos siguen dispuestos a esperar, en tiempo prudente, la aplicación de las urgentes reformas, como la de permitir que los inconformes puedan expresarse libremente y conformar nuevos partidos políticos que con adecuada divulgación de sus propuestas se presenten a verdaderas elecciones, abiertas para todos.
Fueron justamente esos tópicos los escogidos por Donald Trump para sus correcciones. Dejando claro que si el régimen cubano en el futuro enmienda sus acciones, Estados Unidos podría normalizar del todo sus relaciones con ellos en todos los campos.
Queda claro que tanta generosidad y tolerancia de Barak Obama con Cuba y la indiferencia con que trató en general a todos los regímenes de izquierda en América Latina, fueron aprovechadas por ellos durante los últimos años para debilitar en nuestro entorno las libertades periodísticas, la libre competencia económica y la deseable fortaleza democracia.
La situación en Venezuela no habría llegado al calamitoso punto actual si Obama hubiera actuado con firmeza desde los primeros atropellos de Hugo Chávez. Igualmente miró para otra parte con los casos de Kirchner en Argentina, Morales en Bolivia y Correa en Ecuador.
En Colombia, habría podido evitar el fortalecimiento de la actividad afín de las Farc con el narcotráfico, confesado en los medios por sus dirigentes y contener el vertiginoso crecimiento de las hectáreas sembradas en coca que habían sido antes disminuidas a mínimos históricos por Álvaro Uribe Vélez.