El mal venezolano
Maduro es un dictadorzuelo de pacotilla. Para aplastar a la oposición, nuestro nuevo mejor amigo utiliza tácticas estalinistas mandadas a recoger hace tiempo, como el secuestro de Antonio Ledezma. Después se queja de que los medios lo desenmascaren. Todo esto se lo dicta el pajarito de Chávez, solamente que éste era más inteligente. Mientras Cuba trata de acercarse a los Estados Unidos, Maduro se aleja cada vez más del mundo civilizado. Ya no hay separación de poderes. La Asamblea en cabeza del jefe del cartel de los soles, la Fiscalía en manos de un títere, y los jueces y tribunales cooptados por el ejecutivo. La prensa está amordazada. A ese adefesio lo llaman democracia. En la reciente reunión de la Celac, Maduro suscribió una declaración en la que, junto a Evo, Correa y Ortega, se comprometió a “garantizar el pleno respeto de la democracia, el Estado de Derecho, así como de todos los derechos humanos”. Son unos cínicos.
Sufre alucinaciones. Se siente perseguido e inventa golpes de Estado, el último promovido por sus enemigos, Ledezma, López y Machado en contubernio con los Estados Unidos, Rajoy y Uribe. Habla de un “magnicidio” (¿magnicidio?) que se cometería con un Tucano traído de Colombia. Los Tucanos venezolanos, como los que Chávez utilizó el 4 de febrero de 1992 para atacar el Palacio de Miraflores, no aparecen en la denuncia pero sí oficiales de la Fuerza Aérea.
Lo peor del régimen, sin embargo, es la tortura que se aplica recurrentemente por los carceleros venezolanos. A Leopoldo López y compañeros les arrojan estiércol humano por las ventanillas de sus celdas. A Lorent Gómez Saleh y Gabriel Valles, los dos jóvenes expulsados de Colombia en violación de la Convención sobre Refugiados, los tienen en unas celdas a cinco metros de profundidad sin ventanas, con una fuerte luz permanente y aire acondicionado a punto de hielo, sin visitas. Todos estos prisioneros políticos han sido detenidos y siguen sin que se les juzgue por un tribunal imparcial.
La actitud de los países latinoamericanos, incluso los supuestamente democráticos, da grima. Por ejemplo, el presidente del Parlamento Latinoamericano al referirse a las quejas y amenazas de Maduro contra España, dice sin ponerse colorado que “Venezuelaes más democrática que España”. Luego afirma lo mismo de otros países de Europa y los Estados Unidos. No se oye ni una palabra de condena. Ni una protesta. Insulza, el secretario de la OEA, hace un papelón. La declaración del presidente Santos sobre la detención de Ledezma fue recibida como un apoyo por Maduro y rechazada por la oposición.
Este mal venezolano es contagioso. Nos amenaza a todos. Ni los que Maduro llama oligarcas ni el común de la gente podemos jugar con fuego. Cuando empiecen a meter a la cárcel a los líderes de la oposición, ese día será el comienzo del fin de la democracia en el continente.
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Coda. Claro que Rafael Pardo es mejor candidato que Clara López, pero habrá que ver quiénes quedan al final.