RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Abril de 2012

Todo está por hacer

LAS palabras y sobre todo los eslogans pueden convertirse en una especie de sedantes que a la larga ocultan el verdadero estado de la realidad. Poco a poco en el lenguaje oficial colombiano y también en la prensa del sistema ha ido arraigando un vocabulario que nos quiere hacer pensar que hemos llegado a la prosperidad, que la pobreza es cosa del pasado y que los miserables no son más que un mal recuerdo del que nos dio cuenta Víctor Hugo. El mejor método para tumbar estas verdades vacías es salirse de las carreteras o de las vías principales de las ciudades para toparse inmediatamente con todo lo contrario. Basta recorrer cincuenta o cien metros por fuera de estas vías para que aparezcan en su crudeza los pobres de la nación, que son miles y miles.

Sin negar los avances alcanzados, lo cierto es que no hay todavía una acción decididamente radical para que la pobreza extrema desaparezca en la población colombiana. Seguimos repartiendo las migajas de los ricos entre los pobres, pero ni asomo de que se puedan sentar un día en la misma mesa. Tampoco contribuye a cambiar esta dura realidad el hecho de que los nuevos métodos de medición de la pobreza estén llenos de sutilezas que lo único que logran es sedar más y más a quienes deberían estar moviéndose para crear las condiciones que permitan a millones de compatriotas acceder a un nivel de vida digno y realmente humano. No creo que sea exagerado afirmar que en cuanto a sacar a la gente de la pobreza en Colombia, prácticamente todo está por hacer. Todo es lo realmente importante al respecto.

En Bogotá hay infinidad de gente que todavía duerme sobre el piso, a veces en inquilinatos de centenares de personas. En los barrios periféricos de la capital el piso de muchas casas (¿?) es apenas tierra pisada. La pobreza en las costas, tanto Pacífica como Caribe, es indignante, rodeada de pantanos, verdaderas cloacas en que se convive con cerdos, buitres y otros animales. Las vías nacionales se han ido llenando de cambuches llenos de despojados por la violencia, el invierno o la misma pobreza que obliga a subirse a los escenarios por donde circulan los acomodados para ser vistos y quizás auxiliados por ellos. Los Llanos, la Amazonia, las montañas de Cundinamarca, los riscos santandereanos, etc., todos por igual repiten una y otra vez las tragedias de la pobreza y la miseria. La historia de la liberación de este yugo infernal, en Colombia, está por empezar a hacerse y luego a escribirse.