Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Marzo de 2015

RESPETO POR LA VIDA

Cuando la fe no es determinante

¿POR  qué será que en países donde la fe no es el elemento dominante, como sucede en varios de Europa, la gente es pacífica y no mata a los otros en su diario vivir? ¿Por qué en naciones como la colombiana, a la que alguien adjetivó de “católica”, matar es una actividad tan frecuente (15.000 homicidios al año)? ¿Qué es lo que en realidad hace que las personas respeten la vida, y en general a los demás, y conozcan claramente sus límites? Muy difícil dar con una respuesta absoluta. Más fácil encontrarse con más preguntas que nos revelan un amplio campo de contradicciones entre nosotros.

Si en verdad una persona cree en Cristo y lo sigue, no le pueden salir de su alma sino acciones de justicia y respeto por lo demás. Contra los demás, quizás solo pequeñas faltas, pero nunca acciones mortales. Por eso es que no nos debe dar miedo reconocer que, en buena medida, el evangelio de Jesucristo apenas ha sido el barniz en la vida de muchísimas personas que, no obstante, se dicen seguidoras del Salvador. Y por no ser sino eso, una especie de maquillaje, a la hora de las decisiones trascendentales queda a la vista que en realidad la fe no tiene capacidad para ser determinante en la vida de muchas personas que se dicen cristianas, seguidoras de Cristo, miembros de alguna iglesia.

Y lo que sucede en otras latitudes, pacíficas y respetuosas de la persona, quizá se  deba en parte a unas profundas raíces culturales cristianas que ya hacen parte del ser de los individuos que habitan aquellos lugares. Pero, además, seguramente en aquellas sociedades hay una clara ética ciudadana que conlleva la noción del respeto casi absoluto por la vida del prójimo, quizá a veces exagerada en una actitud de individualismo un poco recalcitrante. Y, sin embargo, mejor que este fisgonear hasta aplastar la vida del prójimo tan usual entre nosotros. Con frecuencia nos parece que las gentes de aquellas latitudes son frías y distantes, pero lo que puede haber es un respeto sagrado a la vida del prójimo y si ni siquiera se le golpea en la puerta para pedir un vaso de agua, mucho menos se le hará morir en forma violenta.  Matar sigue siendo, lamentablemente, una usanza válida entre nosotros. Tan válida que incluso cuando se hacen campañas a favor de la vida, se consagran excepciones a favor de acabarla, pues nos agobia una sed de poder y de sangre. Si la fe no se vuelve cultura no empapará del todo el ser de quienes la reciben y no será determinante en lo fundamental. La cultura que predomina entre nosotros es de la muerte y es muy eficaz.