Rafael De Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Mayo de 2016

Protegerse

ES cierto que las instituciones como el Estado, la Iglesia, las fuerzas armadas, la familia y otras más tienen entre sus deberes principales el de proteger a la gente de muchos males y peligros. Pero no menos cierto es que cada persona tiene también la primerísima obligación de protegerse a sí misma de lo que pueda afectarla. Con frecuencia se levanta la voz para pedir que las instituciones tiendan un velo protector sobre las personas, pero también hace falta que cada persona sea consciente de que ella misma es la primera que no debe poner en riesgo nada de lo que hace plena la vida. Y la verdad es que, al menos en nuestra cultura, es casi que un mandato implícito exponerse a mil tonterías que pueden hacer daño a la vida personal o comunitaria.

 

Es interesante ver, al repasar la vida de Jesús, como él mismo antes de la pasión tuvo la humana precaución de no permanecer mucho tiempo en Jerusalén y más bien pernoctar en los alrededores. La vida, como la tranquilidad y la felicidad son muy frágiles, y conviene no ponerlas en riesgo de destrucción. No tenemos tan arraigada la cultura del cuidado de lo fundamental de la existencia. Más bien somos propensos a una especie de juegos del destino en los cuales no intervienen mucho la inteligencia y la prudencia. Los bienes más importantes de la vida, la estabilidad emocional, la solidez espiritual, el patrimonio acumulado, la familia construida, la salud física y sicológica, etc, se obtienen después de una larga tarea, a veces dispendiosa, pero se pueden deshacer en un instante a causa de un error grave, un acto temerario, una decisión apresurada o un delirio de grandeza.

 

Una cultura más bien paternalista nos ha llevado a no ser del todo responsables de cuidar las cosas importantes, sino más bien a descargar sobre otros esta tarea y solo estamos prestos a reclamar cuando aquellos no lo hacen. Desde la salvación del alma hasta la conservación de la propia vida y felicidad, pasando por la salud, el trabajo, el estudio, las relaciones humanas, el bienestar material, todo esto es, en primer lugar, una responsabilidad personal, consistente en construir y proteger. Cuando se acaban las fuerzas deben empezar a funcionar la solidaridad y la caridad. Poco a poco ha ido entrando un nuevo concepto de vida cuyo verbo principal es “cuidar” y al que podemos añadir “proteger”. Aplíquense en primer lugar a la propia vida y las penas de la existencia serán mucho menores.