El discurso que destruyó la Nación
DESDE hace ya varios años un nuevo discurso se tomó la mente de los colombianos. Es una charlatanería en la cual la palabra comodín es “libertad”. Con ella, fina o burdamente manipulada, la vida nacional ha sido cancerígenamente invadida de toda clase de vicios y corrupciones cuyas manifestaciones son vergonzosas, pero, sobre todo, destructivas: producción y consumo de drogas alucinógenas, consumo ilimitado de alcohol, desabroche sexual sin límites conocidos, destrucción de matrimonios y familias, generación de hijos sin figura paterna, el robo como modo de vida, especialmente de quienes tienen acceso a los recursos públicos, el asesinato como herramienta para toda eliminar quien se oponga a todo esto, y a quien “estorbe” la vida como en el caso de los niños que son abortados.
Y se suman otros comportamientos degradantes: el vicio del juego en la expansión sin límites los casinos, el sacar cantidades enormes de dinero del país, la inmoralidad personal de gran parte de la ciudadanía y especialmente de buena parte de la dirigencia pública y privada, etc.
Las anteriores afirmaciones no son fruto de la imaginación del escritor. La verdad es que quienes ocupamos la vida en la atención personal de los colombianos, entiéndase, por ejemplo, sicólogos, siquiatras, sacerdotes, pastores, trabajadores sociales, personal médico, consejeros, religiosas y otros más, nos enfrentamos cada día, casi que con impotencia, a la tarea de restaurar vidas que fueron devoradas por ese discurso libertino y aplastante. Y las consecuencias han sido absolutamente dolorosas, causantes de muerte en muchos casos y en la mayoría de situaciones han generado un sinsabor permanente en las ganas de vivir, un hundimiento en tristezas y soledades que son difíciles de describir. Los creadores del discurso libertino y sus divulgadores, que se sitúan privilegiadamente en los grandes medios de comunicación, tienen la narcisista convicción de que han liberado a la humanidad del viejo pensamiento, cuando en realidad nos han llevado a situaciones degradantes que quizás ni siquiera el hombre primitivo experimentó.
No nos debe extrañar, entonces, que en medio de este alud de cosas indignas, pululen ahora propuestas y grupos que se atrincheran en posiciones contrarias y extremas, o como los llaman estos destructores de la vida y la dignidad humanas, fanáticas. Quizás hasta algunos de los grupos armados que hay en Colombia tengan la idea de que ellos también luchan contra esa corrupción generalizada, aunque han escogido un camino peor todavía para ser solución. El Evangelio afirma que no solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios. Más que carreteras o petróleo o dólar barato, lo que nos está haciendo falta en Colombia es un discurso profundamente humano, espiritual, sensato y en el cual su centro sea la dignidad de las personas, no su destrucción.