¿Derechos o capacidades?
Por Rafael de Brigard, Pbro.
YA se ha vuelto costumbre entre nosotros el buscar que todo sea declarado derecho fundamental para cerrar toda discusión sobre ciertos aspectos capitales de la vida. Y una vez algo adquiere esta categoría se pone todo el arsenal del Estado, los medios de comunicación, las redes sociales, las turbamultas a hacerlos cumplir, sea que aparezcan como racionales o no. Esto en verdad, lo de declarar derecho fundamental ciertos aspectos de la vida, ha ayudado efectivamente en algunos campos de la vida individual, pero en otros no ha hecho nada diferente a crear situaciones absurdas, a generar falsas expectativas y a contradecir abiertamente leyes originales de la vida humana y, en el caso de lo espiritual, contrariar la voluntad divina.
En campos muy importantes de la vida individual y quizás también social, resultaría mucho más provechoso preguntarse acerca de las capacidades que tienen en verdad las personas. Por ejemplo: si se declara como derecho el matrimonio, se puede olvidar preguntar si la persona está en capacidad real de asumirlo y de cumplir sus fines fundamentales, como son la unión y la transmisión de la vida. Muchísima gente tiene esta capacidad, pero los hechos han demostrado en forma irrefutable que hay otra multitud de personas que no están en capacidad de hacer vida marital y que quizás lo mejor para ellos y para sus núcleos familiares es que nunca hubieran tomado esta opción, por limitaciones evidentes.
Pero se nos ha perdido de vista un aspecto normal de la vida: no todo se puede, no todos pueden; aunque se quiera, en ocasiones las personas están limitadas para asumir ciertos estados de vida. Y en eso no hay ofensa ni discriminación. Hay, más bien, un llamado de la naturaleza, de la sicología humana y también de la fe, a buscar otros caminos de realización. Esto en realidad sucede en todas las personas. Nadie lo puede todo, nadie es bueno para todo, nadie es tan perfecto como Dios, el cual sí es todopoderoso. En la educación de las personas es importante descubrirle sus fortalezas y capacidades, lo mismo que hacerle visible sus limitaciones, no para negarle derechos a nadie, sino para que use todas sus energías en aquello que se ajusta a sus habilidades y renuncie a asumir lo que no le traerá sino problemas a él o ella y por lo general a quienes están a su lado. La mitad de nuestros problemas personales derivan de habernos metido donde no cabíamos ni teníamos cómo desempeñarnos óptimamente. El exceso de derechos es una trampa cubierta de miel.