Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Sábado, 27 de Febrero de 2016
Mis gobernantes
 
Ha quedado claro, en los hechos o escándalos recientes, que la inmoralidad es intocable y que si alguien lo hace, le caerán como hienas todos los poderosos que estén podridos, porque, ni más faltaba, su bajeza moral es su forma de pasar por la vida, sostienen ellos mismos. No obstante, no está de sobra que los súbditos de un gobierno y de Estado digamos una y otra vez qué categoría de personas nos gustaría ver conduciendo las riendas de la Nación.
 
En mi caso particular quisiera que me gobernaran y protegieran hombres y mujeres con fe en Dios, conocedores de sus leyes y que fueran practicantes de las mismas. Los incrédulos a la colombiana son, por lo general, gente de muy poco fiar. Que fueran personas muy equilibradas en su vida personal, es decir, gente ponderada, reflexiva, sencilla, capaz de escuchar. Hombres y mujeres con un presente y un pasado estables en sus vidas familiares, leales en su vida matrimonial, cercanos con sus hijos, excelentes miembros de familia. Servidores públicos que no fueran ni se volvieran ricos, sino que gozaran el llevar una vida decente y austera, sin desear camionetas medio mafiosas para deambular con vidrios polarizados entre los pobres de este mundo, quizás para no verlos. Hombres y mujeres capaces de darse cuenta del sufrimiento y las limitaciones de los pobres y escrupulosos al máximo para no escandalizarlos con alardes de príncipes del trópico.
 
Quisiera que mis gobernantes fueran de pocas palabras, pero cultos y discretos. Personas con conciencia viva y capaces de salir del campo de gobierno cuando se presentare la menor duda, real o no, sobre su integridad moral y cívica. Seres que sintieran asco de cualquier privilegio. Me daría la mayor de las alegrías el saber que mis gobernantes o cualquier dignatario del Estado no hace palancas ni favores con nombre propio, sino que sirve esencialmente al bien general y común. 
 
Y también quisiera unos gobernantes valientes para actuar rectamente y, sobre todo, para oponerse a la falta de ética, a la inmoralidad, al robo, al saqueo, al aprovechamiento indebido y delictuoso de lo que es bien público.  Sueño con unos servidores públicos que se hayan formado como seres humanos, como creyentes, como sujetos éticos y morales, como ciudadanos, antes de atreverse a aceptar un cargo de responsabilidad pública o de lanzarse a un cargo de elección popular. Utopía, decía Tomás Moro.