Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 21 de Febrero de 2016

UN TESORO INFINITO

El privilegio de tener fe

 

A medida que se revienta, como era de esperarse, el inmenso saco de la inmoralidad en que transcurre buena parte de la vida de nuestra sociedad, brilla con más fuerza y sentido el valor de la fe religiosa cristiana. Algunos se han asustado porque sienten que la fe está hoy sometida a toda clase de interrogantes y cuestionamientos, pero esta es precisamente la prueba de su poder e importancia. Si la fe cristiana no tuviera un hondo contenido espiritual, humanístico y moral, pasaría desapercibida. Pero no es así. El Evangelio dice que Jesús ha sido puesto para que muchos caigan y queden a la luz muchas obras de las tinieblas.

 

Tener fe, en realidad, es un privilegio único e inigualable. Nuestra fe está puesta en una persona divina, Jesucristo, y en su palabra, que es Palabra de Dios. Ambas realidades son nuestra carta de navegación y son sin duda muy superiores, no simplemente distintas, a tanta persona y palabra vacía que se escucha y lee. La catástrofe moral de nuestra dirigencia y en general de mucha gente es una buena muestra del destino que se alcanza cuando no hay Dios en verdad en la vida de las personas y cuando, por supuesto, no se le da ninguna atención a su palabra. Y eso de que la vida privada es sin ley moral ni religión, tan discutible es como la desaparición de los dinosaurios.

 

Pero no basta el lamento sobre nuestra debacle moral. Es necesario que cada cristiano se ponga la mano en el corazón y reflexione sobre la forma como su vida transcurre, para ver si es una existencia luminosa y si lo es para quienes lo rodean. Nunca el cristiano puede situarse como simple observador de la sociedad en que vive. Tiene vocación de transformación sobre su vida y la de su entorno. Por eso es que hoy en día se constata que la fe cristiana, a la vez que es un tesoro infinito, está clamando por creyentes que la pongan en práctica para iluminar tanta tiniebla que opaca la vida de la nación.

 

Ni el silencio ni el miedo son opciones cristianas cuando se requiere salvación. El mártir del calvario no guardó silencio ni siquiera en la cruz y mucho menos después de resucitar. Dios quiera que al final de nuestras vidas no nos reclame Dios por nuestra falta de fortaleza para vivir y proclamar lo que en Cristo hemos visto y oído.