Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 7 de Febrero de 2016

UNA TENDENCIA MUNDIAL

Idealizar la violencia

 

NADA más contrario a la fe cristiana que la violencia. Es la negación de la obra misma de Cristo. Y sin embargo, a lo largo de la historia no han sido pocos los que, equivocadamente en su nombre, han empuñado las armas para “salvar” el mundo. Si alguien pudo haber tenido razones humanas para devolver violencia con violencia fue el mismo Jesús. Pero el horizonte y la clave de su obra eran completamente distintos. Dejándose golpear y prestándose al espectáculo injusto y ridículo de quienes creen solo en la fuerza física, quiso dejar de manifiesto cómo el puño levantado y armado siempre es destructivo, cualquiera sea el pretexto para hacerlo. Si Jesús hubiera movido un dedo suyo para defenderse de sus agresores, toda su obra habría perdido su potencia transformadora.

En ambientes como el colombiano hay una tendencia grande a idealizar la violencia y a ponerla por obra. El río de sangre que esto ha generado es visible aún para el más obstinado de los violentos que se empeñan en minimizar el golpe, el disparo, la puñalada, el saqueo. En estos días hemos vuelto a escuchar hablar del sacerdote Camilo Torres, pero no precisamente por su accionar levítico, sino por haber empuñado las armas de fuego, dejando atrás las del Evangelio de Jesús. Y nos lo recuerdan, no como un cristiano que equivocó el camino, sino como alguien que merece una página especial en la historia. Hoy en día no podemos dejar de constatar cuánto le ha costado a los colombianos estas opciones de vida, por las cuales se han destruido vidas por miles. No hay efecto pequeño ni sin dolor en el obrar de quien hace de la violencia su instrumento cotidiano, cualquiera sea la razón que aduzca su mente.

Muchísimas son las razones que se pueden presentar entre nosotros para justificar la acción armada. Todas, no obstante, producen el mismo efecto y generan lo que la Iglesia ha dicho tantas veces: violencia genera más violencia. Desde luego que esto amerita una pregunta profunda y sincera acerca del por qué en un momento determinado se cree que el camino es el de las armas. Pero no menos necesaria sería una reflexión acerca de los beneficios que se obtienen de una vida social en justicia y paz, de personas serenas en su espíritu y en su mente, de líderes empeñados hasta el fin en transformar sin destruir a nadie. La historia del cristianismo original demuestra todo el poder que hay en el negarse rotundamente a golpear a un ser humano, poder que a veces parece debilidad, pero que en realidad es la mayor de las fuerzas.