Tiempo también de volver
Cada vez escucho más gente que dice que volvió a Dios o a la Iglesia o a los caminos del Señor. Y muchas de estas personas están en interesantes edades, diríamos, entre los 30 y 50 años. Están volviendo por variadas razones. Pero resuenan comunes aquellas del cansancio del modo de vida más bien estúpido en que la sociedad de consumo ha subyugado a tantas personas. Hay cansancio del desorden de vida, social y personal. Hay fatiga absoluta de tanto charlatán suelto que se dice enviado de Dios, de los ángeles, de la Virgen. Incluso hay una náusea inocultable ante las palabras de los comunicadores y columnistas más escuchados o leídos, la mayoría de ellos imbuidos de una especie de fanatismo anti-todo, religión incluida, que termina por hastiar hasta al más escéptico. La gente no es tonta.
Enhorabuena se da este movimiento, que en el fondo lo es de sentido y de amor por cada uno, por los demás y por Dios. Es como una sana reacción para rescatar la propia vida de esa tiranía de la conducción de masas, que solo nos quiere obesos y pasivos, es decir, encadenados. Las personas que han iniciado el camino del retorno logran relativizar una gran cantidad de cargas vitales que se tenían por absolutas, pero que a la larga no eran sino esclavitudes: el exceso de trabajo, la indomable pasión por el dinero, la carencia de tiempo, el “desprendimiento” de la familia, la relativización del valor del matrimonio, la adicción a la diversión en cualquiera de sus máscaras, la fuga de la realidad en los estudios sin fin, etc. Es más fácil volver si el equipaje es ligero y si en él no hay sino bienes esenciales.
Nadie está exento de llenar su vida de basura y de malgastar sus energías buscando “el dorado”. Pero el absurdo también tiene su límite y al final del mismo hay un muro infranqueable que solo puede incitar a salir de allí. Y contrario a lo que algunos pudieran pensar, los que vuelven, los que están volviendo, los que quisieran retornar, no pierden ni un ápice de nada bueno, sino que, como lo dirá Lewis en su obra de la alegría, encontrarán esta en dimensiones y cantidades desconocidas. Y se darán cuenta, eso sí dramáticamente, que precisamente lo que les faltaba era ni más ni menos que la alegría. Pero escrita con mayúscula. La Alegría: el mejor regalo de Navidad. ¡Que llegue a todos!