INCAPACES DE DEFENDER LA VIDA
Conquistados por la muerte
NI siquiera un diario como El Nuevo Siglo, supuestamente fundado sobre valores cristianos, se ha inclinado a censurar el veloz avance de la aceptación de la muerte provocada en nuestra sociedad. Y el tema ha cogido una velocidad y frecuencia inusitadas. La muerte no natural nos ha conquistado definitivamente: la eutanasia so pretexto de vidas indignas, el aborto por cualquier motivo, el asesinato por un celular o por una alcaldía, da lo mismo; los deportes extremos para retar temerariamente la naturaleza; los atentados por una revolución; los accidentes por causa del alcohol o de cualquiera otra sustancia inmunda en vías de legalización. La lista es larga y penosa en grado sumo. Como penosa es la poca defensa que se permite de la vida porque la muerte ha adquirido carta de ciudadanía, y, según el decir del poeta, “el que a impedirlo se meta, en el acto morirá”.
Estamos muy mal de legisladores y de magistrados; estamos pésimos de pensadores (¿?) y de intelectuales; ni se diga de columnistas y sus “filosofías” tan superficiales y vanas respecto de la vida; apenas alcanzan la categoría de voceros acríticos de modas y usos actuales. Pero estamos también muy mal como cuerpo social, incapaz de oponerse a nada, ni siquiera a esta orgía de la muerte que, si nos descuidamos, en algún momento se nos podrá aplicar a todos por cualquier motivo: por pobres, por enfermos, por disentir -ya en uso-, por rezar, por defender en demasía la vida, por oponernos al “progreso”, por ocupar un espacio que podría ser de alguien más “progresista”. Y lo curioso es que esta sociedad que extiende licencias por docenas para matar personas, se rasga las vestiduras por el maltrato de los animales o por su muerte provocada o porque un humedal o charco se está secando.
Y es tan absurda, pero clara, la estela victoriosa de la muerte entre nosotros, que si todo sale como está programado, en poco tiempo veremos a las personas que llevan más de cincuenta años matando gente por cualquier motivo, paseándose por las calles como si nada hubieran hecho o, mejor, como si ese acabar con la vida les diera hoy el título de grandes ciudadanos, el mismo que en otros tiempos era para las personas de bien. Aunque nos resistamos a creerlo, la verdad es que nuestra sociedad no tiene norte, carece de líderes de altura intelectual y espiritual, no sabe exactamente qué es lo valioso y hoy arrulla en sus brazos la muerte como su hija predilecta. ¡Ojalá Dios esté mirando para otro lado!