Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 4 de Enero de 2015

Bendición

Al iniciar el año quizá no haya acto más sabio que pedir de Dios bendición. El primero de enero, en la fiesta litúrgica de Santa María, Madre de Dios, escuchamos en la santa misa la fórmula de bendición dada por Dios a Moisés, quien la transmitió a Aarón para que la impartiera al pueblo. Dios concede: protección, iluminación, favor, fijarse en cada uno y paz. Son cinco dones que bien vale la pena pedir y desear para los demás. Lo de la prosperidad, la riqueza y cosas parecidas no son más que esloganes gubernamentales.

A Dios se le puede pedir siempre protección y quizá la más necesaria sea la de no alejarse de Él, que ha sido la tentación más antigua de la humanidad, como lo refleja el relato del pecado de Adán y Eva en el libro del Génesis. Se le puede pedir iluminación y sí que la necesitamos en nuestra época, llena de confusiones y esclavizada como nunca lo fue la humanidad de la mentira. Se le ha de pedir favor y el favor que concede Dios es sobre todo la capacidad de hacer lo que Él nos pide que siempre será lo más conveniente para cualquier persona. Se le ha de rogar que se fije, que nos mire a cada uno y que lo haga con su mirada siempre amorosa. En un ambiente que a veces grita no querer saber nada de Dios, el sabio clamará para que Dios jamás quite sus ojos de su frágil existencia. Y el fruto mayor que da Dios, si se le pide, es la paz, la armonía con Él, con los demás, con el planeta y desde luego con uno mismo. Poderosa es la verdadera bendición.

Y se puede también ser bendición para los demás. En buena medida lo de Dios llega a las personas a través de los demás. Es un reto muy bello en la existencia el estar en medio de los demás como causa de felicidad, de paz, de concordia. Como suscitador de esperanza, de fe, de encuentro fraterno. Dios nos libre de ser la fuente de tristeza y dolores siquiera para una sola persona. Al iniciar el nuevo año podríamos revisar el “inventario” de bendiciones recibidas de parte de Dios y llenarnos aún más de alegría. Y, sin que sea abuso con Él, pedirle lo que Dios mismo quiere dar todavía con mayor abundancia. Y que seamos seres luminosos para nosotros y para los demás. Feliz año 2015.