Sostener una parroquia
Con mucha frecuencia y con mayor ignorancia se critica el modo como se sostienen las parroquias católicas. Por las malas prácticas de algunos pastores se piensa que todo funciona así. Curiosamente mientras el Papa lanzaba críticas a ciertas parroquias por el modo de mezclar sacramentos y dinero, la prensa informaba que el Vaticano había encontrado jugosas cantidades de dinero en las cuentas de sus propios dicasterios y que no aparecían en los libros de cuentas. O sea que en todas partes se cuecen habas. Pero la verdad es que la vida económica de la Iglesia de a pie, léase parroquias, es un asunto que en la gran mayoría de casos está sin resolver de verdad.
Es muy fácil proponer que las parroquias ofrezcan sus servicios religiosos sin hacer ningún tipo de “cobro” y que simplemente se atengan a la generosidad espontánea de los fieles. Bonito, pero arriesgado. Al menos quienes representamos legalmente a las parroquias y que hemos de responder ante la ley por salarios y prestaciones de los empleados, por los servicios públicos en categoría comercial, por impuestos de automóviles, por innumerables campañas y aportes extras pedidos desde las curias, por mantenimiento de instalaciones enormes y por muchos otros conceptos, pensamos que la sustentación económica de las parroquias no se puede desmontar de su esquema actual de un solo plumazo.
Realmente las parroquias no cobran, sino que cuentan con la contribución de los fieles cuando se les ofrece un servicio. No puede ser de otra manera. Pero para llegar al ideal que proponen los que no tienen a cargo las parroquias, habría que crear toda una cultura de contribución de los bautizados al sostenimiento de su propia iglesia, con aportes periódicos y fijos, que garanticen la existencia de estas instituciones -que vienen siendo la Iglesia viva y verdadera- y su sostenimiento a largo término.
Al mismo tiempo, en la Iglesia sería importante que desaparecieran las instituciones que son perezosas económicamente y que viven solo de pedir y pedir, sin que nunca logren la autosuficiencia que también es una obligación moral lograr. Esto no obsta para subsidiar lo que sirva al bien de los pobres, pero no puede ser lo usual. Digamos, pues, que sería interesante que cada fiel hiciera una contribución mensual fija a su parroquia para que allí todo se diera sin la antipática sensación de cobro que a veces se respira en ciertas oficinas eclesiásticas. Mientras tanto se impone la comprensión… fundada en la justicia.