Fabricar “verdades”
Se encierran unos señores y unas señoras en unos recintos adornados por banderas y por fotografías grandes, discuten de muchas cosas, mientras alguien toma apuntes y no falta el que haga grabaciones clandestinas para, cuando se presente la oportunidad, hacer de traidor. Después de largas conversaciones y polémicas, citando autores y antecesores, entonces hacen unas votaciones a favor o en contra de una idea. La más votada se convierte en una “verdad” y es de obligatoria aceptación para todos los que habiten en la jurisdicción que les fue dada a esos personajes. Como quien dice, se ponen de acuerdo en lo que en adelante será una verdad y después, “quien a impedirlo se meta, en el acto morirá”, al menos civilmente o como ciudadano con derechos.
Así transcurre el devenir jurídico y administrativo de nuestra nación. Todo un estamento estatal, acompañado por otros pequeños estamentos, “construyendo verdades”, maquillando mentiras, atropellando mayorías. Detrás de ellos, un aparato monstruoso que es capaz de acusar a los mismos arcángeles por no estar alineados con la ideología predominante.
Las “nuevas verdades” hay que defenderlas a capa y espada porque ha nacido el nuevo mundo y el parto se ha dado en esta modesta república regida sin piedad por los más fuertes, los más ostentosos, los que han hecho del matoneo a través de los medios su arma preferida. Es Colombia, dicen estos grupúsculos dominantes, el nido de los nuevos conceptos de persona, matrimonio, familia, vida, muerte, etc. Abran paso que ha llegado por fin el nuevo eón.
No es fácil sobrevivir en esta dictadura pseudo-conceptual que se ha tomado las esferas del poder en el Estado y los medios colombianos. La idiotez de la moral, dijo recientemente César Gaviria. Dejar las creencias a un lado, dijo el defensor (¿?) del pueblo.
La población colombiana ha quedado poco a poco a merced de esta dirigencia política, jurídica, burocrática, que para engordarse a sí misma, que para nada más, ha convertido los otrora sagrados recintos en factorías en las cuales se elaboran “verdades” a pedido del consumidor y que se ha armado de toda clase de elementos de fuerza y miedo para imponer sus doctrinas.
Nada de esto será duradero, pero vivir dentro de la misma frontera con estas personas, así sea por un día, es ya agotador y desesperanzador. Ahora entendemos los cuarenta años en el desierto de aquel magnífico pueblo bíblico.