RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Junio de 2014

La Iglesia en este ambiente

 

la  Iglesia, como otras instituciones no gubernamentales, pero de amplio contacto con la población, no deja de preguntarse cómo debe ser su presencia en un ambiente tan enrarecido como el que la política ha creado o exacerbado en Colombia. Evidentemente la Iglesia existe para evangelizar y es lo que hace. Pero, ¿cómo hacerlo para que sea realmente eficaz en el contexto actual, tan lleno de toda clase de posiciones encontradas y sobre todo, contradictorias? La verdad es que la sociedad colombiana en su conjunto y el Estado no dejan ver siempre muy bien para dónde es que vamos ni qué es lo que se pretende con la vida de las personas y las comunidades.

Quizá haya dos frentes donde parece muy importante actuar. Uno, en el cual hay ciertamente muy poca influencia del pensamiento católico actualmente, es el que abarca a la clase dirigente, tanto en lo político como en lo económico y quizá también en lo militar. Estas estructuras podrían funcionar de otra manera para que el común de la gente esté mejor. Pero allí habría que sembrar nuevas e importantes ideas, que seguramente el pensamiento social de la Iglesia las tiene. El mundo de la dirigencia colombiana, hoy día, no parece dominado sino por dos palabras: poder y dinero (ambos para pocos).

El otro frente, casi que como consecuencia del anterior, es el de los pobres y hambrientos. Aunque la Iglesia siempre ha estado allí, quizá sea muy importante volver a alzar la voz en nombre de tantos desposeídos. Hay mucha hambre en las veredas colombianas, hay condiciones infrahumanas en los márgenes de nuestras ciudades, aunque el opio de las estadísticas nos las oculten con elegancia y cinismo.

La Iglesia tiene que ser capaz de denunciar con voz fuerte este desorden social, esta escasez permanente entre tanta gente, esta pobreza que no deja respiro.  Si la Iglesia no se empeña en tareas de mayor envergadura entre  nuestra gente, muchos la seguirán identificando como parte del establecimiento y eso es nefasto. Esta presencia eclesial pasará necesariamente por un rediseño total de la estrategia comunicativa pues la otrora resonante voz de los obispos hoy parece ser recuerdo desteñido de tiempos idos. En este ambiente, gane el que gane, la Iglesia tiene que replantearse muchas cosas para que su misión, evangelizar, produzca frutos reales y palpables.