RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Junio de 2014

¿Progreso?

 

Entre  las muchas palabras que hoy día se usan para trajear bien lo que no es verdad, ocupa sitial destacado “progreso”. Los eufemistas la han convertido en una especie de “abracadabra” para que aun lo más escabroso obtenga apariencia de bondad e inocencia.

Progreso puede significar la validación de todos los vicios de la humanidad o la superación de lo que ellos llaman tabúes. Puede abarcar las vidas más estrafalarias y las neocostumbres más absurdas. Es útil también, como pomada de brujo de San Victorino, para aplicarla a la abolición de la moral y la ética, como que también a la de la religión si menester fuere. “Progreso”, una palabra que ha sufrido como no pocas otras una especie de secuestro de significación y que por ese medio ha traído bastantes confusiones.

No era difícil usurpar el uso de esta palabra. Al fin y al cabo desde hace un par de siglos la humanidad decidió "progresar", aunque hay que reconocer que la intención inicial era, en general buena y sincera. Se soñaba con un mundo, ahora en buena parte construido, con un mayor bienestar material, social, humano. Y el aplauso en ese  sentido ha sido merecido y general. Se clamaba y el grito fue escuchado, por no abolir al hombre ni por la religión ni por la ideología, y eso dio un paso grande a la razón, a la ciencia, al conocimiento fundamentado. En fin, progresar como desarrollo que mejora las condiciones de la vida humana y protege la naturaleza, es cosa que prácticamente nadie sensato osaría discutir. Pero faltaba el rapto.

El rapto sirvió para adherir sin legitimidad, a la fuerza propia del progreso, una serie de pensamientos, decisiones y acciones que pretenden dejar ver al hombre nuevo, libre de prejuicios, capaz de aceptarlo todo, incluso lo que lo ofende y contraría interiormente. A la larga, este progreso así entendido ha terminado por llevar al hombre a un estado de involución, de desconfianza en sí mismo y en sus semejantes y a una sensación extendida de desprotección y de cataclismo por venir.

Ha sido como una pretensión de fundar de nuevo al hombre ignorando la historia del mismo, un destruir sin clemencia sus propios logros. Quizá la idea de progreso fue diseñada a lo sumo para la materia y quizá la ciencia. Posiblemente nunca se ideó para inocularla en el alma humana y de ahí que la incompatibilidad sea manifiesta. La materia progresa, el ser humano crece.