RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 6 de Abril de 2014

Resistir la avalancha

 

Se   oye decir hoy con suma frecuencia que el mundo cambió y que las cosas ahora son de otra manera y no hay nada que se pueda hacer para evitarlo. Ese mundo que es de otra manera ha sido como una avalancha que ha pretendido sepultar el modo viejo de ver la vida, llamado por algunos conservador o tradicional. Se ha querido dejar muchos metros bajo tierra todo lo que ha sostenido a la humanidad por siglos y siglos: el matrimonio, la familia, la sexualidad según la naturaleza, la autoridad, la dignidad humana, el valor de la vida en todas sus etapas, la vivencia del sentido de trascendencia, etc. En verdad esta avalancha es asustadora y ha hecho temblar los mismos cimientos del orbe. Es ruidosa, vociferante, soberbia, humana, demasiado humana, facilista y hasta despectiva con lo que quiere arrasar y remplazar.

Pero las avalanchas también tienen límite y llegan hasta cierto lugar y no más. Por momentos me parece constatar que esta mole que se ha venido sobre la humanidad en las últimas décadas denota ya sus propios cansancios y contradicciones. Churchill pensaba que todo ataque tiene sus límites y a veces lo mejor es esperar que el atacante se agote y se termine su munición. Acaso estemos entrando en un momento de la historia en que empecemos a ver cómo ese mundo sin religión, sin matrimonio, sin familia, sin sexualidad amorosa, sin Dios a la vista, esté dejando ver su propios límites y su vacío interior. La humanidad misma ha comenzado a levantarse de entre el derrumbe artificialmente provocado y se asoman señales de esperanza que son las que surgen de la necesidad de sentido y equilibrio.

La historia del antiguo Israel, la de la Iglesia, la de las religiones; el itinerario de la ética y la moral; la conservación de la vida humana y también de la alegría; la esperanza de los pobres y la realidad de las verdaderas culturas -las que favorecen la vida-, todo esto ha sufrido cíclicamente el embate del absurdo con su apariencia de nuevo orden y de liberación. Al final el recuerdo es del mucho mal hecho por esas riadas y del eterno resurgir del espíritu que es quien realmente conserva la vida, la naturaleza y el sentido de la historia. Quizás estamos en una época donde todavía nos queda por resistir un poco más de tiempo, pero hay una certeza ya clara y es que lo verdaderamente humano solo podría ser destruido por Dios, pero jamás lo hará. Lo demás son coscorrones y chichones.