PROCESO DE DECADENCIA
Los que estamos al frente
QUERÁMOSLO o no, las personas que estamos al frente de cualquier comunidad, llámese esta familia, ciudad, pueblo, iglesia, colegio, universidad, sociedad o cualquiera otra, tenemos unos deberes muy graves y una forma de existir que debe brillar en lucidez y sabiduría. Ese lugar no es para todo el mundo y tampoco se necesita que allí estén demasiadas personas. Pero es de la mayor importancia que quienes hayan llegado a esas posiciones o a quienes los hayan llamado, sean conscientes de lo que significa en verdad ser el guía de otras personas. Nuestro panorama de liderazgo ha venido en un proceso de decadencia que parece no tocar nunca fondo.
Los patios de las cárceles habitados por políticos de todos los colores son cosa ya de nuestro diario vivir. Pero tras las rejas hay rectores y rectoras, pastores y sacerdotes, alcaldes y ediles, padres y madres de familia, oficiales y patrulleros rasos, etc.
Eso no debe dejar de inquietarnos. Y debe hacernos preguntar: ¿de dónde están surgiendo las personas que nos dirigen hoy día? ¿Quién examina su idoneidad ética y moral, amén de la profesional? E igualmente este panorama enrejado o al menos bajo fuertes sospechas, habría de cuestionarnos acerca de la razón por la cual se está llegando a ocupar el puesto de dirección de cualquier comunidad. ¿Por qué razón las personas quieren ser padres o madres de familia, o gerentes o políticos, o pastores o sacerdotes, o policías o generales? A veces queda la impresión de que no pocos buscan ese lugar en la vida para exprimir, aprovechar, explotar, subyugar.
Quienes estamos al frente tenemos vidas encomendadas a nuestro cuidado y esa es la mayor responsabilidad que pueda recibir cualquier persona. Lo que hacemos, lo que decimos (señor obispo de Fontibón, ¡por favor!), lo que proponemos, lo que pensamos: todo repercute sobre otras vidas, en ocasiones, muchísimas.
Lo que se ve con frecuencia cada vez mayor es o una gran inconsciencia sobre lo que significa estar al frente de comunidades humanas o un cinismo egoísta que irrita hasta el alma más indolente que se pueda hallar. ¡Que inmenso mal se hace cuando elegimos a alguien no idóneo para guiar lo que sea! ¡Qué horrores se pueden esperar cuando se llega a encabezar sin tener la preparación necesaria! Hablando de temas parecidos a este, decía Jesús: “¡Ay del que escandalice a unos de estos pequeños! ¡Más le valdría que le ataran una piedra de molino al cuello y lo echaran al mar!”.