RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 26 de Enero de 2014

¿De quién son las personas?

 

“La gente no es de nadie, salvo de Dios”

Hay un miedo institucionalizado a que las personas sean ellas mismas y que no le pertenezcan a alguien o a algo. Y casi que compulsivamente las distintas instituciones u organizaciones sociales, espirituales y  políticas buscan a la gente para convertirla en adepta, por no decir, dominarlas y dirigirlas en todo sentido. Y como esta estructura es casi cultural, pues no son pocos los hombres y mujeres que se dejan atrapar y a veces hipotecan su voluntad, su pensamiento, sus decisiones a los pescadores de gente. Y en esa entrega inocente es que se engendran todos los dramas de la manipulación, la explotación, el expolio y la enajenación de comunidades enteras.

En Colombia muchos poderes se ejercen de manera aplastante y pretenden, sobre todo, sentirse dueños de las personas. Quienes no se venden gozan de muy mala fama. Quienes se niegan a ser esclavos, a hacer parte del pensamiento estándar, a no ser consumidores como animales de establo o galpón, tendrán que sentir las espuelas de los amos. Los mecanismos para apropiarse de la vida de las personas son innumerables y van desde la astutísima publicidad, pasando por las estructuras más tradicionales de nuestra sociedad, hasta las presiones de todo tipo para no romper los moldes de una comunidad humana diseñada para obedecer. Inclusive nuestros revolucionarios de ayer y de hoy no pretenden cosa diferente a tomar las riendas del poder para seguir haciendo lo mismo en todos los campos.

La gente no es de nadie, salvo de Dios, quien envió a su hijo para liberar. Y las personas jamás deberían ceder a la seducción de convertirse en pertenencia de nadie, al menos como objetos intercambiables. Relacionarse humana y afectivamente, ejercitarse espiritual y políticamente, comprometerse académica  y laboralmente, todo esto es apenas natural, pero nunca debe implicar alienación, cesación en el ejercicio de todas las facultades mentales y espirituales y aun físicas. Quizás las muchas necesidades que tienen las personas de nuestra comunidad humana las lleve con frecuencia a venderse por un plato de lentejas, pero no debería ser así. Como no se debería permitir a ninguna persona relacionarse abusivamente con los demás. En el fondo del tema está el viejo asunto del miedo a la libertad, tanto a la propia como a la de los demás. Mientras no lo superemos, el borrego seguirá siendo el signo de nuestra vida y la causa de mil injusticias.