No cumplo la ley ¿y qué?
Entre los innumerables signos de la disolución de nuestra sociedad ocupa lugar especial el del desprecio por la ley. Las semanas recientes han sido prolijas en ejemplos. El Presidente de la República, en uno modo que ya ha hecho carrera en la alta dirección del Estado, dice que no está de acuerdo con la destitución del funcionario que no vigiló a unos corredores de bolsa que se fueron con la plata de personas e instituciones. Un colega mío, aunque de otra diócesis, dice que ocupa el espacio público cuando se le dé la gana. El Alcalde Mayor de Bogotá amenaza con incendiar la ciudad si se hace efectiva su destitución. Los borrachos se ríen en la cara de la Policía. Todo el mundo hace en Colombia de la ley un rey de burlas, para luego quejarse porque vivimos a merced del más fuerte e irracional.
Por momentos nos acecha la sensación de que Colombia es un país solo en lo formal de la expresión, pero no en su cotidianidad. Las guerrillas y los paramilitares son la expresión más viva y cínica del desprecio por la ley. Quienes allí están se sienten superiores a toda ley y mandato. Pero de igual forma hay que mencionar que los que hacen las leyes y los encargados de aplicarlas también dan muestras de odiar la criatura de sus entrañas y la pisan sin pudor alguno. Ni se diga lo que sucede con las leyes de la naturaleza ni con las leyes de la conciencia: son algo menos que despreciable para buena parte de nuestra sociedad. Y, en general, el no cumplir la ley, el saltarse sus indicaciones, el hacer exactamente lo opuesto, no suele acarrear mayores consecuencias negativas. Al contrario: genera la imagen de los matones que tienen subyugada toda una nación con el poder político, económico, religioso o el de las armas. Malo, muy malo el diagnóstico.
Esa cosa que escribieron en el año 1991 y que la volvieron la regla de juego de Colombia descuadernó una historia de 200 años en la que algo se había logrado de legalidad, orden y libertad. Estamos anarquizados y la ley del más fuerte es en realidad la que más prevalece en todos los asuntos de las relaciones entre las personas, bien sean naturales o jurídicas. Nadie representa hoy en Colombia el respeto y acatamiento pleno a la ley. Desde la carrera séptima con calle séptima de Bogotá, hasta el bohío más humilde de lejana provincia, todos parecemos tener un solo propósito: no hacer caso, no obedecer, no respetar. “Mirad las cadenas que os esperan”, vociferaba el tribuno, quizás mirando hacia La Habana.