RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 21 de Julio de 2013

Los temores que nos rondan

 

Hay  muchas personas asustadas con el proceso de paz que se adelanta en La Habana. Hay otras que están ilusionadas sinceramente y unas cuantas al acecho para sacar partido. A la gente le asusta, y con razón, que un pacto de paz pueda afectar realidades esenciales de su vida. Por ejemplo, que la libertad personal se vea restringida y también la de trabajo y empresa. Le asusta que alguien llegue a quitarle lo que en justicia le pertenece y que se ha obtenido como fruto del trabajo. Les aterra a muchas personas que se instale un tipo de gobierno ideológico (y por tanto totalitario) que uniforme la mente y el pensamiento social. Y les causa pavor a muchos el pensar que las atrocidades de la guerra puedan quedar impunes, es decir, que verdaderos carniceros del conflicto terminen disfrazados de hombres o mujeres de bien.

Los temores son más que justificados, aunque eso no implica necesariamente que no deseen que se firme un pacto de paz. Lo que sucede es que viendo el modelo sobre el que se mueve la contraparte, es decir, la guerrilla, y que no es otro diferente al cubano, al venezolano y al nicaragüense, pues las cosas suenan poco atractivas. Falta de libertad, dictadura disfrazada de democracia, desorden en el aparato estatal, anulación de la iniciativa privada, abolición de la libertad de pensamiento, opinión y prensa, restricción en la movilidad en nivel interno y hacia el exterior, saqueo del patrimonio nacional y, sobre todo, un personal al frente del Estado que no está capacitado para una labor tan compleja. No ver todo esto sería suicidio colectivo.

Sin embargo, creo que está haciendo falta que los atemorizados salgan de sus trincheras a proponer ideas útiles y también sacrificios lógicos e imprescindibles para que el pacto de paz funcione realmente, dentro de un marco democrático y de libertades personales y sociales. Luchar solo por conservar el statu quo es poca cosa y seguramente pelea perdida. Creo que la Iglesia también, además de abogar eternamente por la paz, debe ser más clara en reafirmar valores como la libertad, la democracia, los derechos individuales, como marco para una paz justa y duradera. Esto no solo para poder desarrollar su misión, sino para que el país siga funcionando, aunque mucho mejor y con más justicia y equidad, cosas a las que nadie sensato se opone, creo yo. Es obligación vencer los temores y prepararse para un futuro distinto, pero bueno para todos. Con los ojos abiertos día y noche. Mansos como palomas, astutos como serpientes, dice el Evangelio.