La violencia de los tres poderes
La mayoría de los ciudadanos y ciudadanas colombianos están experimentando, con cierta impotencia, que los tres poderes del Estado, a saber, el ejecutivo, el legislativo y el judicial los están agrediendo hasta el límite de lo tolerable. El ejecutivo está embutiendo unos pactos de paz que apenas sí se sabe de qué tratan. El legislativo se ha vuelto un instrumento virulento contra la estructura fundamental de la cultura social e idiosioncrática de los colombianos. El poder judicial da cada día más muestras de ser incapaz de defender al ciudadano del común y se ha ido plegando a unas minorías poderosas en varios sentidos.
¿Qué debe hacer una sociedad cuando las instituciones ya no representan el sentir de las mayorías? Aunque se diga que fueron elegidas por voto popular, lo que estamos viendo es una especie de traición a lo que las mayorías creen, piensan y hacen.
La Iglesia, cuando han llegado estos momentos de alta tensión social, ha recomendado y lo sigue haciendo con mayor firmeza, la necesidad de activar todavía más el uso de la conciencia, esa dimensión de la vida humana que con tanta fuerza y hasta violencia se pretende desconocer desde los tres poderes del Estado. Pero desde los púlpitos de la ciencia y la academia, también con frecuencia, se maltrata el núcleo más profundo de la persona que es su propia conciencia.
Los tiempos son difíciles y el reto de motivar más y más a las personas para actuar en conciencia es descomunal. El Estado moderno se ha vuelto opresivamente omnipotente y omnipresente. Sus cámaras lo vigilan todo, incluso, parece, el interior de toda vida humana.
Es necesario sacudir el yugo que la soberbia del ejecutivo, la lengua engañosa del legislador y la palabra amenazante del juez han puesto sobre la indefensa persona nacida en Colombia. Una presunta defensa de algunas personas ha resultado en dictadura sobre las mayorías. Un autocalificado espíritu de tolerancia ha resultado el tirano más detestable. Basta de lamentos. Es la hora de las conciencias. Jesús, mirando Jerusalén y acercándose a ella, supo que su hora había llegado. Pero, ¿cuánta gente en nuestro país estará dispuesta a seguir su conciencia hasta las últimas consecuencias? A punto de contemporizar con todo nuestra sociedad se ha ido volviendo un lugar inhóspito y hostil para las mayorías. La hora llegada es la de la conciencia y no será hora fácil de transitar.