Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 22 de Noviembre de 2015

NO LES BUSQUEMOS JUSTIFICACIÓN A ASESINOS

Los que matan

SIEMPRE  me ha causado curiosidad cómo es el momento existencial en que alguien decide matar bajo algún pretexto. ¿Es un momento de locura? ¿Se trata de un deseo incontenible para hacerse notar del peor de los modos? ¿Es un reto para la propia personalidad? ¿Es el camino para dejar salir a chorros los odios y los dolores del alma? Como quiera que sea, el asesino es sin duda un enemigo de la humanidad. Y sin embargo muchos de ellos logran convencer a otros que no son asesinos de que sus acciones se justifican. Y de esta percepción débil nacen un sinnúmero de errores y de injusticias, especialmente con las víctimas.

Tanto los que matan como los pretextos para hacerlo son una historia que se remonta a Caín y Abel. El deseo de dominar parece ser el factor principal en esta actividad. Se domina quitando de en medio a alguien y generando miedo a los demás. Y una vez el asesino ha actuado crea la percepción de que él está dispuesto a hacer cosas de esa naturaleza para conservar el dominio que ha logrado sobre otras personas. Es fácil deducir que el que mata no tiene límites y que en el fondo se siente amo y señor y quizá lo ronda algún pensamiento desquiciado de ser una especie de dios o de ser alguien con poderes especiales. Es inútil tratar de darle características de normalidad a quien en algún momento de su vida decidió que matar era el camino.

Hay que desconfiar siempre de los asesinos. Aunque se les dé el perdón hay que conservarlos en algún nivel de marginalidad social para proteger a las personas individuales y a la misma sociedad. Quien ha derramado la sangre de una persona no debe sentarse en el recinto donde se dirige una comunidad o se legisla para ella o se administra la justicia. Ha perdido para siempre la capacidad de ser totalmente humano y se ha contaminado con el peor de los crímenes, contra Dios y contra los hombres. 

Relativizar las acciones de quienes matan es una cosa absurda y daría para pensar que quien lo hace, el que relativiza, justifica de alguna manera la mano sangrienta y eso es inmoral. Si la mano asesina alcanzó hasta al Hijo de Dios, es inútil insistir en que por una vez se puede confiar en ella. Y si el Decálogo ha insertado en su lista la prohibición de matar es porque siempre será algo abominable. No les busquemos justificación a los asesinos.