Una vez más la opinión pública está impactada por casos extremos de violencia. Lamentablemente ese es el día a día en nuestro país, pues así como hace tres semanas el hecho que indignaba a la ciudadanía era la forma atroz en que las Farc asesinaron a sangre fría a dos uniformados en Nariño, días después toda la atención se centró en el caso de una mujer en Bogotá que fue atacada con ácido. En medio del debate sobre qué hacer con la repetición de esta clase de agresiones con sustancias químicas, revivió otro hecho grave e impactante: el de una joven estudiante cuyo cadáver desmembrado fue encontrado en una maleta semanas atrás. Las pesquisas de las autoridades permitieron establecer que el novio de la víctima habría tenido relación con la dramática muerte y por eso fue capturado… Y qué decir del atentado que la guerrilla habría perpetrado en Tumaco y que dejó a varios adultos y menores de edad heridos, precisamente cuando participaban de una marcha por las víctimas de la violencia.
Todo lo anterior, para no hablar de un nuevo caso en el que un hombre fue asesinado por robarle el celular o las denuncias de los últimos días sobre graves casos de matoneo escolar, ha prendido otra vez el debate en torno de si una porción de colombianos sufre algún tipo de enfermedad mental o, más grave aún, en el país se enquistó ya una cultura de la muerte o de la violencia, que lleva a que la mayoría de las diferencias y pleitos se traten de solucionar por la vía de la fuerza agresora y la eliminación física del contrario.
Si bien desde el punto de vista teórico y de las hipótesis sociológicas esta clase de debates son apasionantes, lo cierto es que, en el día a día, lo que está comprobado es que la gran mayoría de los colombianos son personas de bien, pacíficas, que esquivan problemas y actitudes desafiantes y ofensivas. También está claro que no se puede establecer un patrón de conducta único al analizar a los distintos agresores. Todo lo contrario, las motivaciones y los cuadros circunstanciales son muy variados y por ello es arriesgado señalar que hay elementos comunes o que se repiten.
Bajo ese orden de ideas, lo que debe precisarse es que no existe ninguna cultura de la muerte o propensa a la violencia en Colombia. Tampoco se puede hablar de síndrome postraumático generalizado o de desequilibrios sicológicos que, al estilo de una epidemia, afecte a un sector sustancial de la población. Lo que hay es un reducido número de personas que por motivaciones muy personales, pero conscientes de la ilegalidad de sus actos, agreden, atacan, asesinan… A ellos hay que perseguirlos y encarcelarlos, así el resto de la ciudadanía, que no presenta trauma alguno, puede vivir en paz.