“Estamos nadando en una cultura sexocéntrica”
Hace algunos años le regalé un conejito a una niña especial, de unos trece años pero con unos cinco años de edad mental, y se me ocurrió decirle que el nombre del conejo era “burro”. La niña pensó un instante y con una sonrisa de picardía aceptó el nombre. Y hasta hoy habla de su burro, con la misma picardía. Ella sabe que su conejo siempre será conejo y que la verdad no cambia con el nombre que se le dé. Curiosamente, hoy, muchos sostienen que el amor se hace, siendo que el amor es una de los tres valores fundamentales de la persona humana: la verdad, la libertad y el amor. Verdad que evidencia la espiritualidad de los seres humanos en el tiempo.
Mientras que el relativismo generalizado niega que verdad es la coincidencia de la mente con la realidad: lo que es. Que la libertad es obrar en respuesta al llamado, natural, de la persona humana a ser más. Que amor es la determinación de la persona humana a darse, para siempre, incondicionalmente, con el único interés de buscar el bien de ser amado. Estos tres valores tienen sentido cuando cada uno de estos complementa a los otros dos valores. Pero, mientras tanto, con ideologías, sin pies ni cabeza, estamos nadando en una cultura sexocéntrica: “el sexo seguro” -con quien sea, cuando sea, donde sea, a la edad que sea- es lo natural, lo necesario, lo correcto.
Así las cosas, el sexo sin asumir responsabilidades, gracias al condón, está dejando huellas: mucho dolor de quien cree que del sexo sale una relación eterna, y el invierno demográfico ya nos llegó: mientras Europa se une para fortalecer su economía y Estados Unidos, para crecer, le abre la puerta a cientos de miles de profesionales, todos los días de todas partes mientras que nosotros fomentamos los abortos y acabamos con la familia, como fuente natural del crecimiento lógico de un país, con ciudadanos cultos y moralmente sanos.
Mientras tanto, se defiende, a capa y espada, una ideología que desconoce que al nacer un niño o una niña estos se diferencias con cromosomas XX o XY, y los políticos, demagogos, se engolosinaron con esta escuela, cuando sostienen que en todo cargo oficial debe haber igual número de mujeres y hombres, sin que se tenga en cuenta la preparación, la capacidad y la experiencia del funcionario escogido.
Es difícil saber cuándo el amor por los hijos o el amor por la madre, el amor entre hombre y mujer centrado en el bien del otro que sugiere la formación de la familia, se debe remplazar por los placeres hormonales, que desordenados llevan a adicciones inmanejables y a una inestabilidad afectiva que solo deja dolor, soledad y frustración.
También es para destacar la obsesión de los medios de comunicación, embrutecidos con temas sexuales, tal vez para conquistar audiencia o más seguidores, reduciendo la vida en sociedad a una pornografía enfermiza. Mientras tanto, la niña sigue convencida que su burro es un conejo y la sociedad que el sexo es madurez.