A las doce de la noche del 31, todos a una y una a todos, se abrazaron ardorosamente al tiempo que expresaban su deseo de “felicidad” para el año próximo. Una costumbre tradicional, curiosamente acompañada de tristeza y lágrimas inexplicables pero espontáneas. Seguramente esta sensación tiene razonable interpretación: la angustia generada por el hecho de que a partir del primer minuto del nuevo calendario todo lo esperado es un aburrido futuro, empezando porque en ese instante surgen deudas irrefutables: los impuestos y otras obligaciones fiscales ineludibles, el SOAT, los peajes, etc.
La incertidumbre política también invade el mundo de la desesperanza. Una indiscutible realidad que el futuro del país alumbra positivamente; los antecedentes de los intentos de reforma constitucional fracasados el año pasado son un anuncio y premonición de que probablemente se terminara optando por la convocatoria a una Asamblea Constitucional y, naturalmente, la incertidumbre invadirá la suerte de la Nación.
Este no es pronóstico de arúspice, más bien se puede inteligir es una intuitiva conclusión deducida de la abatida historia de la patria, desde sus comienzos hasta hoy Producto de la mala suerte sufrida a partir de la colonización hasta la fecha, consecuencia de un pueblo sumiso y resignado que cuando participa políticamente lo hace pensando en sus intereses individuales y pasajeros, pero nunca en la construcción de una Nación, en el sentido natural de la unión fraternal de un pueblo.
Este comentario, seguro, no será de buen recibo por quienes acostumbran al terminar el año y comenzar un nuevo calendario hacer presagios grandiosos, llenos de positivismo provechoso, pero esa no es una sana tarea, es patrocinar la confusión, continuar pensando en los regalos de los reyes magos. Lo correcto es mostrar la verdad y no auspiciar el engaño tal como ocurre con el “paquete chileno”. Hay que invitar a que cada uno asuma su responsabilidad y aporte lo suyo para alcanzar el progreso necesitado por el país y con mayor razón cuando en este año se elegirán alcaldes quienes, en síntesis, brindan a los puebles rasos la solución a sus angustias y ansiedades vitales. No más peñalosas, ni petros, ni morenos, ni garzones, ni más mocosos; hay que saber escoger gente honesta, decente, cuerda, honrada y cumplidora de sus promesas si de verdad se tiene la idea, el sueño, la ilusión de prodigarle a las generaciones venideras una vida amable, sana y digna, como la promete la Constitución: Colombia es un Estado Social de Derecho y en la realidad es un infierno insoportable.
Esta prevención tiene una causa justa, la amenaza de muchos de convocar una Asamblea Constituyente, dizque para hacer lo que el Congreso no ha hecho y, privativamente, lo que se busca es imponer unas normas que traicionen la soberanía popular y consagrar la dictadura de una caterva de chalanes. ¡Luchemos por la gloria de Colombia! De todas formas ¡les deseo alegría!