Día mundial de las misiones
La celebración del 50 aniversario del comienzo del Concilio Vaticano II, la apertura del Año de la Fe y el Sínodo sobre la Nueva Evangelización, reafirman la voluntad de la Iglesia de que el Evangelio llegue hasta los confines de la tierra
El Año de la fe será ocasión propicia para que todos los fieles comprendan con mayor profundidad que el fundamento de la fe cristiana es «el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida».
Con la Carta apostólica Porta Fidei, del 11 de octubre de 2011, el Santo Padre Benedicto XVI ha proclamado un Año de la fe, que comenzó el 11 de octubre de 2012, en el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y concluirá el 24 de noviembre de 2013, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.
El comienzo del Año de la fe coincide con el recuerdo de dos grandes eventos que han marcado el rostro de la Iglesia de nuestros días: los 50 años pasados desde la apertura del Concilio Vaticano II por voluntad del Beato Juan XXIII y los veinte años desde la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, legado a la Iglesia por el Beato Juan Pablo II.
El Año de la fe desea contribuir a una renovada conversión al Señor Jesús y al redescubrimiento de la fe, de modo que todos los miembros de la Iglesia sean para el mundo actual testigos gozosos y convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar la “puerta de la fe” a tantos que están en búsqueda de la verdad.
En el Año de la fe los catequistas podrán apelar aún más a la riqueza doctrinal del Catecismo de la Iglesia Católica y, bajo la responsabilidad de los respectivos párrocos, guiar grupos de fieles en la lectura y la profundización común de este valioso instrumento, con la finalidad de crear pequeñas comunidades de fe y testimonio del Señor Jesús.
Los consagrados y consagradas son llamados a comprometerse en la nueva evangelización mediante el aporte de sus propios carismas, con una renovada adhesión al Señor Jesús. Todo el pueblo cristiano está llamado a sentirse misionero, con todos los hermanos y hermanas, incluso de otras confesiones, para poder comunicar la salvación a todos los hombres.
En el Año de la fe será un momento particular para intensificar el testimonio de la caridad porque la fe sin caridad no da fruto y la caridad sin fe será un sentimiento constante a merced de la duda. La fe y el amor son inseparables, gracia a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor Resucitado. Sostenidos por la fe podemos vivir con esperanza para trasformar el mundo, por medio del amor y aguardamos “unos cielos nuevos y una tierra nueva en la que habite la justicia” (P 3,13). Fuente: www.revistaeclesia.com