No está siendo muy feliz esta terminación de los ocho años de gobierno del presidente Santos. Se puede traer a cuento lo que en mi casa nos decía mi madre cuando transcurridos unos años pero todavía bajo la patria potestad, desobedecíamos sus órdenes y nos reconvenía diciéndonos “me están cogiendo confiancita.” Me vienen a la memoria esta reconvención familiar a raíz de los desórdenes que se han venido presentando en el país aprovechando que el Gobierno está ya terminando. Un año larguito le queda, que algunos sectores utilizan, pensando en que el Ejecutivo está perdiendo su fortaleza sicológica en frente a la finalización.
A algún expresidente cuando no había dejado de serlo, en presencia de un paro de maestros, sin desconocer sus pretensiones unas justas, otras desmedidas y en cierta manera abusivas, les atribuía además de sus derechos a pedir y reclamar las consecuencias que su actitud tenía no solamente en dejar a los alumnos sin clase, sino darles no precisamente el ejemplo más edificante. Los alumnos muy contentos porque en esa época escolar es muy agradable capar clase y hacerlo por falta de profesores, todavía mejor. Tal vez eso no los detiene, pero dada su función de enseñar esto no se hace únicamente en frente al tablero de la clase sino con el ejemplo. No es precisamente el mejor el que están prodigando o si lo están haciendo no es de la manera más instructiva. Agraviar a los superiores, crear desórdenes y desafiar a las autoridades no son precisamente enseñanzas creativas para la formación de los ciudadanos que se les ha encargado.
Como si esto fuera poco para los retozos democráticos, los malestares que se vienen presentando por los maestros son emulados por los líderes cívicos en Buenaventura, en el Chocó y en otras partes pienso quizás que la reforma constitucional del sesenta y uno que pretendió darles entidad a las divisiones políticas del país no ha sido bien aprovechadas. El Gobierno central resulta ahora ser el responsable de buena parte de los males locales. No importa que a los ciudadanos se les haya dado la prerrogativa de elegir a sus gobernantes y dirigentes más próximos, alcaldes y gobernadores. Eso no vale; papá gobierno debe responder. La descentralización sí parece que sea letra muerta porque en frente a asuntos que han sido incapaces de resolver hay a quien echarle la culpa y pedirle asistencia. Si no es así, paramos.
No es pues de extrañar la popularidad del presidente Santos que acusan las encuestas. No es de extrañar que sea así; el mismo Santos lo entiende. Esos son los gajes del oficio.
La alteración que se ha venido presentando es el anuncio de las elecciones que se aproximan. El país se está aprestando para ello. Los candidatos que aspiran a suceder a Santos son bastantes, por ahora. Finalmente solamente uno será elegido, el cual tendrá que moverse con cautela e inteligencia para demostrar ante los posibles electores que es un verdadero estadista como lo han sido buenas parte los que ya han sido presidentes. Tenemos una tradición que es de mostrar y de la cual nos sentimos orgullosos. La atomización que no la desaparición de nuestros partidos tradicionales, obliga a los aspirantes a tratar de aunar a las distintas facciones en las cuales estamos divididos. No importa la simpatía que cada cual tenga con respecto a los líderes políticos, pero existen, ahí están y con ellos hay que contar. Pienso que va ser difícil para los candidatos colocarse en la primera línea de tiradores, pero va a ser una campaña que al menos se puede calificar de interesante.