Son lamentables las condiciones en que viven los descendientes de los esclavos traídos por los conquistadores españoles.
Siendo África el continente con mayor índice de pobreza universal, podría afirmarse, sin embargo, que si en la historia aquel acto abominable no hubiese ocurrido, la mayoría de sus descendientes, tal vez, gozarían de mejores condiciones de vida allá que las ofrecidas aquí. Solo formulando esta hipótesis deberíamos avergonzarnos.
Después de abolida la esclavitud, la población negra fue confinada a la selva húmeda del Chocó, a manglares de la costa pacifica y del caribe o en cercanías de las minas de metales preciosos, donde mal viven y padecen.
Sus pueblos y ciudades casi no están comunicados por ninguna carretera, tienen pocos aeropuertos y carecen además, de los servicios públicos esenciales; la cobertura educativa es deficiente, igual que en la salud; la educación técnica o superior brilla por su ausencia.
Sus oportunidades de buenos ingresos son escasas. La expresión empleo digno, casi no se oye en esos lugares, en cambio rebusque, es entendido por todos.
En Buenaventura, Tumaco o Quibdó, la tasa de desocupación ronda la escandalosa cifra del 60%, su tamaño asusta.
Sin embargo, por Buenaventura pasa más de la mitad de la carga que mueven nuestros puertos. Ese terminal marítimo ha recibido, paradójicamente, millonarias inversiones en dólares para ampliar su capacidad de manejo de mercancías, pero esa enorme riqueza no ha beneficiado, hasta ahora, sino a un ínfimo porcentaje de la población que habita la ciudad.
Allí, como en todo el Pacífico, la poca oferta de empleo que se hace es para labores mal remuneradas como coteros, vigilantes o albañiles. Pocos directivos o gerentes.
Si no fuera por el volumen de carga que allí se mueve, seguramente ni siquiera habría una carretera decente para comunicarse con Cali.
En ese estado de abandono y de mínimas oportunidades, la gente es explotada sobretodo por narcotraficantes y grupos al margen de la ley.
Tumaco, por ejemplo, está rodeada de cultivos de coca y en muchas de sus casas hay pequeños laboratorios de producción de cocaína, lo que facilita cargar las lanchas que sacan el alcaloide con rumbo norte. En esas condiciones, reina la inseguridad y la falta de justicia, la ausencia de estado es casi total.
En Quibdó, a pesar del caudaloso rio Atrato, no hay agua potable suficiente, ni alcantarillado; las oportunidades de empleo son alarmantemente pocas y su hospital es una ruina. Lo demás es igual a las calamitosas condiciones de la región entera. No hay, tampoco, carreteras que comuniquen con Medellín o Pereira, a pesar de las constantes y sonoras promesas que el gobierno hace cuando algún derrumbe tapona las trochas que ahora tienen.
Sin embargo, esos compatriotas nos recuerdan a diario el gran talento que poseen; con un mínimo de apoyo veríamos surgir muchos más científicos como Raúl Cuero o nos sorprenderían con glorias deportivas como Caterine Ibarguen o Pambelé, además surgirían muchos otros grupos musicales como Chocquibtown. Esa olvidada población merece toda nuestra solidaridad y apoyo…