El perdón liberador
El binomio pecado-perdón llama la atención en la liturgia de este domingo. Al pueblo en el exilio babilónico y que ha “cansado” a Dios con sus pecados, Isaías anuncia el mensaje liberador de Dios: “Soy yo, yo sólo, quien por mi cuenta borro tus culpas y dejo de recordar tus pecados” (1L, Is 43,18-19.21-22.24-25). Jesús dice al paralítico: “Perdonados te son tus pecados” (EV, Mc 2, 1-12). Pablo, a su vez, ante las acusaciones de ambigüedad y falta de seriedad de parte de algunos corintios, reacciona dejando claro que su actitud, al igual que la de Jesucristo, ha sido un sí al hombre, a su bien integral; en Jesús, efectivamente, “todo ha sido sí, pues todas las promesas de Dios se han cumplido en él” (2L, 2Cor 1,18-22).
El pecado es una realidad con la que todo hombre tiene que vérselas. Y no solamente el hombre, sino también los grupos humanos y la sociedad. Porque existe el pecado personal, pero hay también pecados sociales, estructuras de pecado. Al hombre y a las sociedades humanas parece costarles renunciar al pecado, aprender de modo definitivo la lección de la gracia y de la misericordia divina. Como nos recuerda la primera lectura, los hombres, sea como individuos o como sociedad, fácilmente nos cansamos de Dios, y dejamos de invocarle y de darle culto. El pecado está presente también en la sociedad y en los hombres contemporáneos de Jesús, en cuya mentalidad hay una estrecha relación entre enfermedad y pecado: la parálisis y el pecado, el mal físico y el mal moral, el crimen y el castigo.
En la historia del cristianismo, al menos en algunos períodos, se ha insistido mucho en la liberación espiritual del pecado, y poco o bastante menos en la liberación del hombre en su totalidad (liberación espiritual o religiosa, política, económica, social, cultural). Hoy estamos tal vez más sensibilizados, al menos en el plano de la mentalidad común, a esta liberación que abarca a todo el hombre y a todo hombre, como gusta decir Juan Pablo II.
Entre los siete sacramentos de la Iglesia hay uno que está relacionado de modo particular con el perdón de los pecados. En la historia, según diversas acentuaciones, ha recibido varios nombres: “la confesión”, “el sacramento de la penitencia”, “el sacramento de la reconciliación”. Me gustaría subrayar que es también el sacramento de la libertad. La gracia del sacramento no sólo libera del pecado, sino que libera la libertad para no pecar, otorga el Espíritu del sí al poder de la gracia. ¿Qué postura tienes tú ante el sacramento de la libertad? ¿Crees que es algo “pasado de moda”? ¿Eres consciente de que el sacramento no coarta, sino que potencia tu libertad, tu capacidad de ser enteramente libre, en alma y cuerpo? /Fuente: Catholic.net