“Hagamos todas estas cosas con alegría, sabiendo que la recompensa será grande en el cielo”
EN aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas. Pero ¡ay de vosotros, los ricos! Porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos! Porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora! Porque tendréis aflicción y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! Pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas.
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Meditación del Papa
El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo "se hizo pobre". Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a través del "sí" de una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio. El Salvador nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres; fue presentado en el Templo junto con dos pichones, la ofrenda de quienes no podían permitirse pagar un cordero; creció en un hogar de sencillos trabajadores y trabajó con sus manos para ganarse el pan. Cuando comenzó a anunciar el Reino, lo seguían multitudes de desposeídos, y así manifestó lo que Él mismo dijo: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres". A los que estaban cargados de dolor, agobiados de pobreza, les aseguró que Dios los tenía en el centro de su corazón: "¡Felices vosotros, los pobres, porque el Reino de Dios os pertenece!". Con ellos se identificó: "Tuve hambre y me disteis de comer", y enseñó que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo. (S.S. Francisco, exhortación apostólica Evangelii gaudium n. 197).
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Reflexión
El mensaje cristiano es desconcertante. ¿Cómo dice Jesús que son más felices los pobres, los hambrientos, los que lloran y los que son odiados? ¿Acaso no es mejor ser rico, comer bien, reír y tener buena fama?
Las bienaventuranzas nos dicen que es preferible ser pobre que apegarse a los bienes materiales. Porque sólo un corazón desprendido puede llenarse de Dios. El que tiene su corazón lleno de cosas, ¿dónde puede albergar a Dios? ¿Le quedará algún hueco para Él?
Podemos inspirarnos en las bienaventuranzas para hacernos un programa de vida para este curso que comienza. El primer objetivo será despegarse cada día, poco a poco, de algo superfluo. Para eso hay que ponerse metas: cada semana, cada mes, etc. El segundo objetivo es el del "hambre espiritual", el hambre de Dios. Vamos a cultivar nuestro espíritu con unos minutos de oración al día, con lecturas provechosas, con la cercanía a los sacramentos, procurando que en nuestra casa desaparezca el ruido y haya más silencio. El tercer propósito se refiere a los sacrificios. Hay que aprender a sobrellevarlos con elegancia, ofreciéndolos a Jesús como Él ofreció su cruz por nosotros. Y por último, tomando la cuarta bienaventuranza, hay que lograr vivir cristianamente, con coherencia, dando testimonio aunque otros nos miren mal. Fuente: Catholic.net