Un decidir responsable
En decidirse está la clave de los diversos textos litúrgicos. Las tribus reunidas por Josué en Siquén deben decidirse por servir o a Yahvéh o a otros dioses. Ellas deciden por Yahvéh (primera lectura, Jos 24, 1-2.15-17). Los discípulos de Jesús, escandalizados por sus palabras (comer mi carne y beber mi sangre) son situados por Jesús ante una decisión: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Pedro, en nombre de los demás discípulos, se decide por Cristo: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Evangelio, Jn 6, 60-69). Finalmente, en la segunda lectura (Ef 5, 21-32), la decisión irrevocable de Cristo por su Iglesia sirve de ejemplo a la decisión mutua de los esposos en el amor.
Ser hombre con uso de razón es estar obligado a decidir en las pequeñas y en las grandes cosas de la vida. En otras palabras, vivir es tener que decidir. Más importante que decidir, es decidir bien. ¿Qué implica una buena decisión?
Para que una decisión sea responsable ha de fundamentarse sobre bases sólidas. Éstas no son ni los sentimientos, ni los gustos o caprichos, ni las conveniencias personales, ni la fría y pura razón, ni el voluntarismo a ultranza. Hay que decidir desde la fe, desde la confianza total en la fidelidad y en el poder de Dios.
En nuestra sociedad no pocas veces se toman decisiones a la ligera. Pero hay otras que afectan no sólo un momento o un aspecto, sino toda nuestra vida. Por ejemplo, casarte o no, con quién casarte, cambiar de religión, abortar o no abortar, ser o no ser practicante, etc. Uno se pregunta cómo es posible que en cosas de tanta trascendencia, se pueda decidir de forma tan superficial. La respuesta que me doy a mí mismo es que la gente, sobre todo los más jóvenes, no han sido formados para decidir en conformidad con la verdad y con el bien. Son hijos del presente efímero, son hijos de la cultura usa y tira, son hijos de las satisfacciones inmediatas. ¿Cómo van a estar capacitados para tomar decisiones de toda la vida?
El temperamento indeciso tendrá que desarrollar su intrepidez y valentía, a fin de dar oportunamente el paso a la decisión. Para que el ser humano pueda llevar a cabo decisiones acertadas y enriquecedoras se requiere hermanar las decisiones con su objeto propio, es decir, con el conocimiento del bien y de la verdad. Una decisión buena madura al calor de la reflexión y de la ponderación, ajenas por un lado a cualquier precipitación y atolondramiento. ¿Están formando los padres a los hijos para tomar decisiones maduras? ¿Damos los adultos a los jóvenes ejemplo de buenas decisiones, firmes y responsables? ¿Estamos convencidos de que formar la capacidad de decisión es más importante para el futuro de un hombre que saber mucha informática o tener un título universitario? /Fuente: Catholic.net