El misterio de la Eucaristía
Las lecturas del presente domingo parecen centrarse en el misterio de la Eucaristía: ¿qué o quién es ese misterio que se oculta tras las especies de pan y vino? La respuesta es amplia y matizada: es un hombre, Jesús de Nazaret, igual que nosotros, pero que ha bajado del cielo (Evangelio). Es la Sabiduría de Dios que nos invita a un banquete para adquirir inteligencia (primera lectura Prov 9, 1-6). Es el Hijo del Padre, que nos quiere hacer partícipes de su vida divina (Evangelio Jn 6, 51-58). Es el Señor glorioso a quien la comunidad cristiana entona salmos, himnos y cánticos inspirados (segunda lectura Ef 5, 15-20).
El misterio de la Eucaristía es de un realismo fuera de serie: “El que come mi carne y bebe mi sangre...”. ¡Nada de simbolismos o de abstracciones utópicas, ajenas a toda concreción y realidad! ¡La carne y la sangre del hombre que les está hablando, de Jesús de Nazaret, del Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros! No es sólo recuerdo ni celebración, no es la encarnación de una idea bella y generosa, no es una fórmula mágica o un conjuro ritual y arcano, es “la carne del hijo del hombre”, es la humanidad y la divinidad de Jesús de Nazaret la que se nos entrega en el pan transustanciado. ¡Qué sobrecogimiento, pero también qué gozo!
La Eucaristía es el último y supremo gesto de amor que Dios se inventó en favor de la humanidad. En la medida en que la criatura humana ha experimentado un amor que no sea puramente sensible y ha sido elevada a otras formas del amor, estará mejor preparada para captar más fácilmente el amor de Cristo Eucaristía.
La Eucaristía es uno de los sacramentos de la iniciación cristiana. En la Iglesia Católica la Eucaristía se celebra, pero también se conserva en el Sagrario para que los fieles puedan rendirle culto fuera de la celebración de la misa. Hemos de hacer hincapié los católicos al culto eucarístico, porque quizá ha disminuido entre los fieles y porque son muchos los beneficios que aporta. Las formas de culto son varias: culto individual mediante visitas a Cristo en la Eucaristía; culto comunitario mediante horas eucarísticas, adoración durante el día, procesiones con el Santísimo Sacramento, y otras formas de devoción. Las formas pueden cambiar, lo que ha de permanecer siempre es el deseo ardiente de adorar a nuestro Salvador, reparar su corazón de las ofensas que recibe, expresarle nuestro agradecimiento y nuestro amor y el vivo anhelo de que todos los hombres le amen y encuentren en él su camino de salvación. Tengamos por segura una cosa: Cristo Eucaristía ordena las costumbres, forma el carácter, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, invita a la imitación a todos los que se acercan a Él. /Fuente: Catholic.net