"Cristo, el Viviente". Así lo "ve" el visionario de Patmos, así se presenta a los discípulos encerrados en una casa por miedo a los judíos, así lo experimentan los primeros cristianos de Jerusalén. "Yo soy el que vive; estuve muerto, pero ahora vivo para siempre" dice la figura humana a san Juan en una visión (segunda lectura, Ap 1, 9-11.12-13.17-19). El Viviente se aparece a los discípulos atemorizados para infundirles paz, encomendarles la misión y otorgarles el Espíritu (Evangelio, Jn 20, 19-31). El Viviente continúa operando signos y prodigios en medio del pueblo por medio de los apóstoles (primera lectura, Hech 5, 12-16).
Si hay algo que los discípulos no esperaban es que Jesucristo, resucitando, volviese a la vida y se les apareciese sin perder su identidad con el Crucificado. Les sorprende porque una cosa es escuchar, entender, y otra diversa experimentar. ¡Dichoso el hombre a quien Jesucristo vivo le sorprenda de modo permanente!
El clamor cristiano en favor de la vida. Jesucristo, el Viviente, ha venido para que el hombre tenga vida. Y Dios es el único Señor de la muerte y de la vida. ¿Por qué hay tantos hombres y mujeres que se creen señores de la vida, y la dan y la quitan según sus propios intereses? El clamor del cristiano en favor de la vida debe elevarse primeramente hacia el cielo, hacia Jesucristo vivo, para que abra las mentes y corazones de los hombres al valor de toda vida desde la concepción hasta la muerte, y para que conceda a la humanidad la conciencia clara y firme de ser administradores, no señores, de la vida. El clamor del cristiano en favor de la vida se dirigirá también a las instituciones estatales y públicas para que defiendan con vigor y con constancia todas las formas de vida humana, para que protejan la vida de los ciudadanos, sobre todo de los inocentes y de los indefensos, para que promuevan de modo responsable el amor a la vida. El clamor del cristiano en favor de la vida resonará dentro de su corazón, para que, a pesar de tanta violencia y tanto asesinato, nunca decaiga ante sus ojos el origen divino de la vida, el valor primordial de la existencia, la dignidad de toda vida humana. El cristiano clama en favor de la vida; sí, de la vida terrena en su preciosidad y en su contingencia; además, y sobre todo, por la vida de gracia, es decir, la presencia de Cristo viviente en el alma, y por la vida eterna, o sea, la victoria sobre la muerte y la experiencia inefable de una vida nueva, en eterna intimidad con Dios y con todos los bienaventurados.
Que Cristo Viviente sea la antorcha encendida que guíe nuestros pasos por la vida, para realmente vivirla. /Fuente: Catholic.net