Paz y reconciliación
"Dejaos reconciliar con Dios", he aquí una clave de lectura de los textos litúrgicos de este domingo de cuaresma. En la primera lectura (Jos 5, 9.10-12) Dios se reconcilia con su pueblo, concediéndole entrar en la tierra prometida, después de cuarenta años de vagar sin rumbo por el desierto. En la parábola evangélica (Lc 15, 1-3.11-32) el padre se reconcilia con el hijo menor, y, aunque no tan claramente, también con el hijo mayor. Finalmente, en la segunda lectura (2Cor 5, 17-21), san Pablo nos enseña que Dios nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación.
La palabra griega traducida por reconciliación significa etimológicamente cambio desde el otro. Reconciliarse quiere decir cambiar a partir del otro, en nuestro caso, a partir de Dios. Es Dios quien reconcilia consigo al pueblo de Israel, haciéndole atravesar el Jordán como si fuera un nuevo Mar Rojo, renovando con él la Pascua y la Alianza como en el Sinaí. Es el padre bueno de la parábola lucana quien reconcilia consigo al hijo menor, abrazándole y besándole, y logrando de esta manera que el hijo se reconcilie consigo mismo. Es también el padre bueno el que toma la iniciativa de reconciliar al hermano mayor con el menor, pasando por encima del pasado y valorando debidamente el arrepentimiento del corazón. ¿Y qué es lo que Pablo escribe a los cristianos de Corinto? Dios reconciliaba consigo al mundo en Cristo, sin tener en cuenta los pecados de los hombres, y nos hacía depositarios del mensaje de la reconciliación. Reconciliarse, en definitiva, es decir a Dios: Gracias por haber dado el primer paso. Acepto tu perdón, acepto tu amor.
Reconciliarse es hermoso, pero puede llegar a ser duro y difícil. Pide un cambio, y como todo cambio en la vida exige romper esquemas hechos, dejar caminos trillados, abrir nuevas brechas, roturar nuevos campos. En definitiva, salir de nuestra dulce comodidad y rutina, y lanzarnos a vivir día tras día en la ruta nueva que Dios nos va trazando, ruta de donación y amor desinteresados.
El Papa nos ha enseñado con su ejemplo a no tener ningún reparo en pedir perdón. La Iglesia es santa, pero sus hijos somos pecadores. Y los pecados de los hijos dejan huella en el rostro de la Iglesia. Por eso, el sacerdote, en nombre de la Iglesia y como representante suya, cada día en la santa misa la reconcilia con Dios. Hay que seguir avanzando en la reconciliación entre diversas comunidades eclesiales, entre los miembros de una misma comunidad eclesial... Sólo una Iglesia reconciliada verticalmente con Dios y horizontalmente con sus hermanos en la fe, podrá ser fermento de reconciliación en la sociedad. ¿Vives reconciliado con Dios? ¿Eres agente de reconciliación en tu familia y en el ambiente de trabajo?/ Fuente: Catholic.net