El Evangelio
Los textos litúrgicos destacan la eficacia de Dios en su acción con los hombres. Dios es eficaz haciendo retornar del exilio a la patria anhelada a numerosos hijos de Israel (primera lectura). Jesucristo, con el poder eficaz de Dios, otorgará la vista al ciego Bartimeo que vence cualquier obstáculo con tal de obtener su gran deseo de ver (Evangelio). La eficacia salvífica de Dios se muestra de modo especial en Cristo, sumo sacerdote, que saca a los hombres de la ignorancia y del dolor, y los libra de sus pecados.
Eficaz es aquel que logra, por caminos acertados, con los mejores medios y en el menor tiempo posible, todo aquello que se propone. Porque nadie duda de que Dios es eficaz, pero los modos y tiempos de la eficacia divina siguen rumbos ajenos a los humanos. Muchas veces los caminos acertados para Dios no son acertados para los hombres y viceversa. A los judíos no les debió parecer un camino acertado el exilio en Babilonia, pero lo fue para Dios que así manifestó la fuerza de su amor y misericordia haciéndolos retornar a su patria, porque "yo soy para Israel un padre, y Efraín es mi primogénito" (primera lectura). Subir a Jerusalén es hermoso, pero hacerlo en compañía de Jesús que encontrará allí la cruz y la muerte, desafía inevitablemente nuestras categorías humanas y nuestra voluntad de seguimiento. Sin embargo, no cabe duda alguna de que en la cruz refulge la fuerza divina del amor y el amor poderoso del Redentor. Esa eficacia misteriosa del amor redentor continúa viva y vivificadora a lo largo de los siglos hasta nuestros días. A los primeros cristianos debió parecer algo sorprendente que Jesús, en cuanto sumo sacerdote, no proviniera de la tribu de Leví. Pero así la eficacia divina brilló con nuevo fulgor, constituyendo a Jesucristo no sólo sumo sacerdote del pueblo judío, sino de la humanidad entera, a la manera de Melquisedec. Nada hay en la vida más eficaz que el amor, y Dios es Amor.
Si aceptamos la eficacia divina en nuestra vida, hemos de aceptar el ser coherentes con sus exigencias. Es decir, como cristianos hemos de ser una especie de escaparates de la acción eficaz de Dios en nosotros. Los exiliados de Babilonia se ponen en camino hacia la Palestina, Bartimeo sigue a Jesús camino de Jerusalén, los cristianos no sólo han sido redimidos por Cristo sumo sacerdote, sino que viven como redimidos.
¡Cuántos Bartimeos en nuestro tiempo ante el gran misterio de la pasión y del dolor inocente! Hay mucha ceguera en los hombres ante la injusticia del sufrimiento, como si el no sufrir fuese la cumbre de la perfección humana. Permanecemos inmóviles en el territorio de nuestro ego, desganados para ponernos en camino hacia la tierra del dolor ajeno. Somos indigentes, inmensamente indigentes de que alguien -o mejor Alguien- nos abra los ojos y nos arranque de nuestra inmovilidad. Cristiano es aquel que no tiene miedo al sufrimiento. Aquél que dice con igual decisión sí a la salud y al bienestar, que sí al sufrimiento y a la tribulación. Porque el sí del cristiano es un sí al misterio de Dios-Amor, y para los que aman a Dios todas las cosas contribuyen a su bien. Fuente: catholic.net