Vivimos en un movimiento pendular, que nos tiene entre los miedos y la felicidad, como los opuestos de una dicotomía constante. Hay más que eso, mucho más.
Los discursos de miedo venden. Si bien el miedo nos permite protegernos del peligro en un momento puntual, estar con miedos permanentes en realidad no es vivir, sino sobrevivir entre cada posible tragedia, alimentada por fantasías catastróficas que pueden llegar a suceder: es la profecía autocumplida. Desde los miedos somos fácilmente manipulables: basta con crear un monstruo o una amenaza, imaginaria o real; comunicarla asertivamente; crear una solución fácil, que no implique pensar mucho y que ofrezca opciones para no salir de las zonas de confort; vender esa solución como la panacea. ¡Y listo! Esta dinámica es antigua, probada y funciona. Así, creemos en respuestas que vienen de afuera, porque hemos cedido nuestro propio poder y nos creemos incapaces de construir soluciones desde adentro. Te invito a que reflexiones por un momento cuáles son los discursos de miedo con que te asaltan a diario y en cuáles de ellos crees.
Por otra parte, y como todo no puede ser terrible, están los discursos sobre la felicidad como objetivo de vida, construidos desde hace años y que por supuesto venden mucho. Claro que estar felices es bonito; el problema está en plantear la felicidad como un estado del ser, cuando en realidad es una sensación temporal, como resultado de haber experimentado la emoción de la alegría. A la felicidad nos retan, nos desafían, como si fuese una guerra, usando ese lenguaje tan propio de la confrontación: el desafío de los treinta días, el reto de los seis pasos… Aquello que se logra desde la lucha tarde o temprano se cae. Por eso muchas personas oscilan con gran facilidad entre esa felicidad comercial y los miedos infundados.
Podemos integrar tanto los miedos como la felicidad y alcanzar el gozo. ¡Este sí que es sublime! El gozo es uno de los dones del Espíritu, como nos lo enseñan las tradiciones sagradas de sabiduría, un estado del ser que trasciende cualquier emoción o sensación. Podemos salir de las dinámicas de dualidad entre miedo y felicidad para pasar a otras que nos permitan alcanzar el gozo. ¿Por qué conformarnos con lo poco, con lo temporal -en donde se ubican la felicidad, el miedo y la alegría-, cuando podemos alcanzar lo mucho, en el gozo? En él no hay altibajos emocionales, no se dan perturbaciones por lo que ocurra afuera. Claro, ese estado precisa trabajo interior, ampliar la consciencia, desidentificarnos de las emociones y monitorear el ego. Podemos ir avanzando en ese propósito, de poquitos y equivocándonos. Sí, arduo trabajo. Y posible: a eso vinimos.
@edoxvargas