Rostro mundial
“Oportunidad histórica para vender su mejor imagen”
COLOMBIA tiene una oportunidad histórica para vender su mejor imagen al exterior: el Mundial Sub-20 de Fútbol.
Africanos, españoles, ingleses, franceses argentinos, brasileros, entre otros, sabrán de nosotros a través de esta justa deportiva global que comienza a mostrar el verdadero rostro social, económico y cultural de nuestro país a futbolistas, técnicos, dirigentes, periodistas y aficionados internacionales.
Los turistas e hinchas de las diferentes selecciones juveniles empiezan a ver la cara en blanco y negro de los colombianos, sus costumbres, su gastronomía, su arte, sus bibliotecas, su historia precolombina, sus etnias, sus museos, teatros y parques, su economía y riqueza en flora y en fauna, su política, su Gobierno, su administración de justicia; pero también sus contrastes sociales.
Aquí nadie tendrá que contarle ni mostrarle nada a los extranjeros que siguen llegando por la Copa Mundial Sub-20 de Fútbol. Lo verán por su propia cuenta. Ciudades caóticas en movilidad, inseguras, con sistemas de transporte en el ojo del huracán, contratistas en la cárcel, políticos condenados, ex funcionarios detenidos, procesos fiscales en marcha, investigaciones en curso y cuantiosos billones de pesos perdidos por cuenta de quienes se robaron los recursos de la salud, de las carreteras, de las troncales de Transmilenio y se apropiaron indebidamente de dineros del agro y de impuestos por exportaciones ficticias.
Alrededor de 30 mil visitantes se esperan en las sedes mundialistas y a todos ellos hay que mostrarles lo amable de nuestras gentes, lo mejor de nuestros paisajes y biodiversidad; pero también la oscura noche de la corrupción que se ha paseado por los estadios de la gestión pública y privada.
Como somos en Colombia, debemos mostrarnos al mundo. Amables, cordiales y amigos del trabajo, emprendedores y creciendo en medio de las dificultades propias y de la naturaleza. Pero también ambiciosos, imaginativos para engañar y burlar la ley y las normas y enamorados de lo ajeno.
Un país que se acostumbró a mentir, a vivir de las apariencias, a decir lo que el otro quiere oír para quedar bien con el vecindario. Aquí no todos dicen lo que sienten, opinan lo que creen que es mejor para su interlocutor.
Si un negocio va bien, subimos las tarifas sin pensar en el consumidor final. Somos desleales en la competencia y nos gusta sacar provecho, pues aquí impera el refrán que dice: el vivo vive del bobo. La tentación del dinero sin esfuerzo seduce a viejos y jóvenes. Los primeros no tienen códigos de conducta ni quieran tenerlos, a los segundos les importa un carajo. Inició la competencia. Metámosles muchos goles a quienes intentan ponernos en fuera de lugar.