LAS relaciones internacionales pasan un momento sensible debido al incremento del terrorismo.
Economía y política tocadas en sus estructuras por nuevos e irracionales ataques de grupos extremistas que sienten fobia contra Occidente.
Se respira ambiente pesado en comunidad internacional. Nadie tiene garantizada la seguridad nacional.
Todo raro movimiento luce sospechoso. Vivimos o sucumbimos bajo sospecha.
Asesinatos indiscriminados en Europa y luego en Orlando, Estados Unidos, confirman el asedio de movimientos terroristas suicidas, fanáticos del terror y creyentes del derrumbe democrático a costa de muertes.
No hay región que escape al asedio sorpresivo de redes terroristas bien financiadas y afincadas en el corazón del odio político global.
Como son impredecibles los ataques, es incierta la protección ciudadana.
Tan sorpresiva y agazapada la ofensiva terrorista como insuficiente y vulnerable la seguridad internacional.
Pasamos un periodo incierto, nervioso y estresante frente a organizaciones criminales alimentadas por fanatismos de odio, violencia y ceguera social. Solo quien remata, a quema ropa, 49 personas en un bar gay de Orlando sabe cómo, porqué y cuándo hacerlo.
Son personas raras que viven su propio mundo. Gentes capaces de inmolarse, seguras del autoexterminio con tal de garantizar pánico y muertes antes de su propia ejecución.
¿Religión o política? ¿Racismo o democracia? ¿Poder o venganzas? ¿Reivindicación o resentimientos? Sea la razón, nadie parece estar a salvo en medio de la más cruenta ofensiva terrorista que recordemos.
Ni el pentágono, Naciones Unidas, el G7, ni las más fuertes democracias dotadas de fortaleza policial y militar han podido prevenir y menos contener la actual racha de ataques en la eurozona y Estados Unidos.
El factor sorpresa de fanáticos terroristas juega a favor de los ataques en plenas calles y avenidas céntricas de congestionadas capitales.
No existe una estrategia de seguridad nacional ni global que indique las luces intermitentes de eventuales nuevas masacres.
Lo que entonces lleva a la necesidad de actuar bajo vigilancia extrema.
Aumentar chequeos en aeropuertos, carreteras, centros comerciales, registros de migrantes, historias de residentes extranjeros, y aún, monitoreo en lugares de esparcimiento como cines, teatros, bares, restaurantes, museos y edificios emblemáticos.
Es ponernos en jaque y alarma frente a las libertades ciudadanas, pero indispensable para tomar un aire de relativa calma en nuestros pueblos y ciudades.
Al tiempo que las unidades de rastreo al terrorismo redireccionan el foco de investigaciones hacia lugares, individuos y organizaciones estratégicamente sospechosas de actuar, será necesario que Europa y Norteamérica trabajen de la mano para conciliar programas de apoyo contra el terrorismo global.
En mala racha la seguridad mundial.