ORLANDO CANO VALLEJO | El Nuevo Siglo
Martes, 15 de Octubre de 2013

Un año más

 

A los jóvenes colombianos hay que educarlos bien, brindarles aprendizaje de calidad y valores, más que aumentarles 1 año su escolaridad. Mejor calidad que cantidad en formación de valores y conocimientos. La propuesta del Gobierno suena audaz, pero luce innecesaria e insuficiente, además de costosa para las familias pobres, la mayoría de colombianos. No necesariamente aumentando el calendario escolar, tardando más a los bachilleres o ampliando semestres en universidades, la educación es mejor y acorde a necesidades y requerimientos del país. A los muchachos hay que orientarlos con acierto y responsabilidades. Dirigirlos con una enseñanza que corresponda a criterios de formación y desarrollo que requieren la nación, los sectores público y privado.

Educar no es de años, es de metas, de oportunidades y de prácticas de buen Gobierno. La formación en escuelas, colegios y universidades va más allá de una tarea, una clase, un tablero y un maestro o profesor. Necesita de un proceso riguroso en selección de docentes calificados, competentes y decentes.

La juventud colombiana experimenta un período complicado donde la ausencia de principios, autoestima y autoridad prevalecen. Andan desorientados los niños y adolescentes y prueba de ello es el creciente vandalismo y el salvajismo que presenciamos cuando los paros o marchas se tornan actividades violentas.

Los muchachos matan, roban, atracan, ingresan y permanecen en las drogas, en el microtráfico porque no van a los planteles educativos. Un problema de cobertura en regiones olvidadas por el Estado, de pobreza extrema, de costos, de movilización, de desempleo, desigualdad e inequidad. No tienen sentido de pertenencia y no asumen ningún rol frente a su comunidad. Los que van a clase son privilegiados porque sus padres trabajan y tienen cómo asumir la carga de la familia y los gastos de la educación. Otros no van porque deben trabajar obligados por las circunstancias. Deben hacerlo para subsistir y llevar comida a casa. Muchos estudiantes se ven forzados a abandonar sus planteles educativos y, lo que es peor, no regresan más. Lo hacen por motivos comunes y silvestres que el ejecutivo conoce: pobreza y desempleo. La situación es aún más complicada cuando los padres consideran innecesario y mal negocio que sus hijos vayan a la escuela. La pobreza les lleva solo a considerar la opción del rebusque ante la ausencia de un trabajo digno y estable.

La raíz del árbol está más profunda. Habría que excavar más hondo y considerar elementos sensibles como explosión demográfica, falta de planificación, desconocimiento de jóvenes a actividad sexual temprana y escasas campañas sobre uso de preservativos y relaciones responsables. Faltan esparcimiento, rumba sana, escenarios deportivos y actividades culturales.

¡Mejor eduquemos nuestro sistema educativo!