¡Qué pobreza!
La Fundación Mariano Ospina Pérez, que dirige el ingeniero conservador, Mariano Ospina Hernández, cuestionó la “pobreza extrema de nuestra precaria y obsoleta infraestructura nacional”, en alusión a la columna que este cronista publicó en El Nuevo Siglo la semana anterior. El dirigente se mostró contrariado por lo que definió como perverso manejo de la cadena de infraestructura, obstruida según él, por un Estado sin voluntad política, y, lo que es peor, por contratistas irresponsables en manejo de recursos públicos, buenos para cobrar, malos para ejecutar. Preguntó qué tan sano y oportuno es que el país haya emprendido una ruta ambiciosa como la firma y negociación de varios tratados de libre comercio, al tiempo que la casa no está lista. Mostró lo rezagados que estamos en términos de ciencia y tecnología, innovación industrial, productividad, competitividad y prácticas de buen gobierno.
En su opinión vamos muy quedados en frentes más sensibles que requieren globalización con ventajas comparativas. En puertos aéreos y marítimos bien pobres, en aduanas atrasados, y peor en carreteras, pese a megaproyectos que se vienen financiando con sobrecostos, atrasos e incumplimientos por parte de particulares.
No es posible que mientras el país emprende ofensiva comercial con vecinos y mercados más fuertes para incrementar exportaciones y subir reintegros y empleo, el estado de las carreteras siga crítico aún en comparación con naciones del vecindario. No hay una sola autopista en Colombia y de milagro, productores y exportadores movilizan sus mercancías a puertos de salida. La red vial es penosa, se anuncian inversiones, se programan entregas, pero obras públicas siguen paralizadas o en el olvido. No es posible que ni siquiera sepamos cuándo tendremos en pleno funcionamiento la mencionada doble calzada a Girardot. Nadie sabe como va el Túnel de la Línea, y en el centro del país, no hemos podido construir el pequeño tramo de Transmilenio pendiente hasta el municipio de Soacha.
Y para completar, banqueros de inversión, empresarios locales y foráneos, turistas y usuarios preguntan ¿quién decidió que el Transmilenio por la 26 en Bogotá al aeropuerto Eldorado, no debía llegar hasta ese terminal? ¿Cómo puede aprobarse una obra de esa envergadura y tan sensible a los ciudadanos cuyo trazado no llegó hasta el aeropuerto?
Si somos incapaces de ejecutar obras tan cercanas a la gente y a los ojos de la comunidad, ¿qué no puede pasar con las megaobras viales?.
Uno no puede invitar la gente que no le cabe en su casa. A la vez que abrimos la ventana de nuestra ofensiva comercial deberíamos haberle dado impulso y decisión política a infraestructura nacional. Un dolor de cabeza que nos impide ser competitivos a corto y mediano plazo.