Buen gobierno
Ahora que está de moda la Fundación Buen Gobierno del presidente Santos, a propósito de su eventual reelección, vienen como anillo al dedo algunas prácticas que limitan nuestro crecimiento con equidad. No son prácticas de buen gobierno permitir irresponsabilidad y libertinaje de contratistas encargados de trazar la nueva ruta del país en materia de infraestructura. Vamos para 12 años de lento avance en principales mega-obras, al tiempo que ejecutivo y empresarios siguen sumando tratados de libre comercio. Nos aguarda el TLC con Japón.
¿Serán muchos tratados para nuestra pobre infraestructura? ¿Se están modernizando y haciendo competitivas nuestras firma exportadoras? ¿Ha habido transformación en ciencia y tecnología? ¿Hay política industrial? ¿Hay innovación y reconversión en aparato productivo colombiano?
Son industriales y exportadores colombianos los llamados a responder los anteriores interrogantes. No sería propio de un buen gobierno que mayoría de respuestas fueran pesimistas. Ello confirmaría que a la vez que negociamos y firmamos varios acuerdos de cooperación comercial y tratados de reciprocidad y protección a la inversión extranjera, seguimos quedados en vías, aduanas, puertos y zonas francas.
Buen gobierno pasa por hacerles seguimiento, vigilancia, control y veeduría a contratistas negligentes que suelen disponer de los dineros suficientes para acometer obras civiles, pero prefieren ponerlos a rentar, y para lograrlo, necesitan ir lentos en el proyecto.
¿Cuántos años más tendremos que aguardar para que pasemos de los anuncios a la entrega de carreteras vitales para movilizar la carga que demandan TLC? ¿Cuántos billones de pesos de sobrecostos más tendremos que socializar a favor de contratistas que aparecen en escena durante los pliegos de licitación, y se pierden, sin que sepamos de ellos, cuando proyectos cumplen los plazos?
El Gobierno del presidente Uribe impulsó locomotora de inversiones en infraestructura para abrirles camino a ambiciosos programas de fomento a las exportaciones, pero las obras civiles marcharon a paso de tortuga.
El presidente Santos imprimió nuevos bríos gracias a que organismos de control han actuado como fieras sobre desentendidos contratistas privados. Sin embargo, hay más TLC que logros en infraestructura.
Mal en aduanas, quedados en puertos marítimos y aéreos, y obsoletos en carreteras. No es exagerado decir que Colombia no tiene por donde transportar mercancía para mercados internacionales. A duras penas movemos la carga desde puertos al interior del país.
Gobierno y empresarios deberían reunirse para evaluar en qué anda Colombia en términos de infraestructura versus acuerdos comerciales y economía global. Deben coincidir en la urgencia de dar celeridad a precaria e insuficiente infraestructura y fijar nuevos derroteros para exigir cumplimiento en la entrega de obras. Poner sobre la mesa si el país está en condiciones o no de atender demanda comercial de tratados ya firmados o en negociación. ¿Nos estamos sobreactuando?