La política
América Latina padece desgaste singular en estructura de sus decadentes, dispersos y anacrónicos partidos y movimientos políticos. Política continental parece ciega y sordomuda. Va en contravía de clamores populares y parece apartarse de asuntos vitales para desarrollo y social donde deben prevalecer equidad, justicia, seguridad, acceso a salud, educación, empleo digno, y desconcentración de la renta.
A Chile, Brasil y Costa Rica, socios nuestros, les va mejor en sus economías porque tienen democracias participativas ligadas a fuerza progresista de partidos.
A su vez, luce ambiente enrarecido en Ecuador y Venezuela influido por políticos deslucidos y amañados con el poder, riqueza y aniquilación de adversarios en oposición. Hay rancios partidos impenetrables para quienes intentan tomar banderas del cambio y nuevos caminos de esperanza, respeto y tolerancia. Venezuela, nuestro principal socio comercial después del mercado norteamericano, no es una buena influencia política para nosotros.
Marcamos diferencia en fortaleza de nuestro sistema democrático que pese a presión de delincuencia organizada -guerrilla y narcotráfico-, ha logrado sostenerse aun soportando fisuras en Gobiernos ‘manchados’ de ingrata recordación. Pero también mostramos similitudes con países cuya política es obsoleta, no se reinventa ni se ajusta a nuestros tiempos. Tenemos partidos fuera de órbita, sin vigencia en el presente. Son inferiores a desafíos de política social más incluyente y ausentes de estado de derecho que debe velar por economía de mercado próspera para todos, no en privilegio de pocos.
La política hoy es de economía, de mercado, es de la gente. La economía es política social, de beneficio colectivo, distribución del ingreso, dividendos para ricos y pobres, de confianza y desarrollo con equidad. En ambas formas caben los partidos. En corporaciones públicas deben debatir, tramitar y aprobar leyes que permitan país justo y solidario con un aparato productivo que dé oportunidades a la gente y con Gobierno que garantice reglas de juego estables en lo jurídico, impositivo, legal y social, para hacer viable crecimiento y fortaleza del sector privado. Partidos que asuman defensa de intereses nacionales sin acomodarse a circunstancias coyunturales o de beneficio particular.
No es político quien solo apuesta por su elección en justa electoral. No es buen partido un colectivo de dirigentes que asumen posición en beneficio de sus aspiraciones electorales. Partidos deben trabajar por ideales que consagraron estadistas que hoy ya no están y le siguen haciendo falta a la sociedad. Y si la política quiere asumir rol con la sociedad debe empezar transformación, modernización y reingeniería de estructuras partidistas.
Viejos gamonales y caciques no van más. Delfines y noveles figuras conservadoras y liberales es lo que manda desafío de una política que o se repiensa o se queda sin votos.