El género periodístico que se escribe, se habla o se pinta a punta de sátira y humor, exige que el autor tenga una inteligencia perpendicularmente aguda; requiere del receptor humildad, auto crítica y ese “gracejo” que da la tolerancia cuando se mira en un espejo, con sonrisa y gallardía. Necesita lectores de mente abierta, capaces de llegar a la esencia de la denuncia, en vez de armar un drama por el moño que envuelve la crítica.
Quienes son blanco de la ironía tienen todo el derecho de protestar y defenderse, siempre y cuando respeten los límites no del afecto o la caballerosidad, sino de la ley, y no siembren un campo minado de injuria y calumnia. Porque ahí sí ya no se trata de adeptos, tendencias o partidos; no se trata de posiciones o consignas. Defenderse calumniando, es indigno, ilegal y cobarde. Va contra la ética pública de una sociedad, y empobrece hasta la infamia, cualquier posibilidad de debate. Si alguien tiene que calumniar para hacerse oír, es porque se le acabaron los argumentos y la vergüenza.
Firmé el comunicado que suscribimos cerca de 100 periodistas el pasado fin de semana, no como una declaración de amor a Daniel Samper Ospina, ni como un aplauso irrestricto al fondo y forma de todas sus columnas.
Firmé porque lo respaldo a él como periodista y como ser humano sujeto de derechos, entre los cuales se incluye el de no ser acusado de haber cometido un asqueroso delito, que -valga una y mil veces repetirlo- jamás cometió. Firmé #PorElRespeto, y porque me indigna la impunidad galopante del innombrable, a quien no recuerdo en qué momento Colombia le dio patente de corso, para tildar de criminales a los periodistas que no son de sus afectos; me indignan las calumnias que profiere el señor Uribe (de nada, por lo de Señor) contra dos Danieles que me encantan (Samper Ospina y Coronell); me indigna el megáfono irresponsable del funesto mesías paisa, y me sorprende la cohorte de seguidores que lo ampara, como si se tratara de un zancudo enfrentándose a un chorro de insecticida.
Me duele su incapacidad de pedir perdón, y reconozco que todos somos un poco responsables del aura de omni-insultancia del innombrable: por palabra, obra u omisión, hemos permitido la cultura del maltrato, de la intimidación, el manipuleo y la mentira.
Como ya se desarmaron las Farr (léase con R reteñida, porque parece que la C resulta de difícil pronunciación), y Santos ya tiene la popularidad en el sótano, el ex presidente se estaba quedando sin enemigos mostrables, y eso, en época pre-electoral es una catástrofe, porque tristemente el odio mueve más votos que la empatía.
Pero no era por ahí, señor Uribe. No es que nos gusten o no, sus denuncias. Es que por más bravo que usted sea, por más berrinches que haga, y por más seguidores que misteriosamente aun le queden, usted no está por encima de la ley, y eso tiene que quedarle claro a usted, y al país que dirigió.
ariasgloria@hotmail.com